miércoles, 7 de noviembre de 2012

La Eutanasia ¿Es una muerte digna?



Araceli Jara Cotrina

En la actualidad existe un subjetivismo y relativismo moral en el que todo conocimiento o principio moral depende de las opiniones o circunstancias de las personas. Y como las opiniones y las circunstancias son cambiantes, ningún conocimiento o principio moral, según esta postura, es universal u objetiva. En este contexto de relativismo moral, surge también la eutanasia.
Antes de ahondar en el tema, conviene aclarar el significado del término eutanasia. Según un documento publicado por la conferencia Episcopal Española para la defensa de la vida[1], este término proviene del griego "eu" = bien, "Thánatos" = muerte, por tanto significa  buena muerte, bien morir. Sin embargo, esta palabra ha ido adquiriendo otro sentido, algo más específico: procurar la muerte sin dolor a quienes sufren. Actualmente, más estrictamente, se entiende por eutanasia el llamado homicidio por compasión, es decir, el causar la muerte de otro por piedad ante su sufrimiento o atendiendo a su deseo de morir por las razones que fuere. Por tanto, también se define a la eutanasia como la actuación que tiene por objeto causar la muerte a un ser humano para evitarle sufrimientos, bien a petición de éste, bien por considerar que su vida carece de la calidad mínima para que merezca el calificativo de “digna”.
Los patrocinadores de la eutanasia, hacen una manipulación de la palabras, para propiciar así su aceptación ante la sociedad, usando los términos: "muerte dulce", "muerte digna",  como si no fuera una realidad tangible, el hecho de que en la eutanasia un ser humano da muerte a otro, consciente y deliberadamente, por muy presuntamente nobles que aparezcan las motivaciones que lo animen a ejecutar tal acción.
Se puede distinguir 2 tipos de eutanasia:
 a) Desde el punto de vista de la víctima la eutanasia puede ser voluntaria (cuando es solicitada por la misma persona que sufre la enfermedad) o involuntaria (cuando se aplica a recién nacidos deformes o deficientes, a enfermos terminales, a afectados de lesiones cerebrales irreversibles o a ancianos u otras personas tenidas por socialmente improductivas, etc.
b) Desde el punto de vista de quien la practica, se distingue entre eutanasia activa y pasiva[2], según se provoque la muerte a otro por acción o por omisión.
En todos estos modos de eutanasia se suelen manifestar los siguientes argumentos:
  • Hay un derecho a la muerte digna expresamente querida por el que padece sufrimientos atroces.
  • Cada uno puede disponer de su propia vida en el uso de su libertad y autonomía individual.
  • Suprimir la vida de los deficientes psíquicos profundos o de los enfermos en fase terminal es una forma de progreso, pues son vidas que no pueden llamarse propiamente humanas.
  • Es una manifestación de solidaridad social, pues se eliminan vidas sin sentido, que constituyen una dura carga para los familiares y la propia sociedad.
Todos estos argumentos están vacíos de lo que significa ser persona humana y de lo significa ser poseedor de dignidad; se la reduce solo a aspectos de utilidad y puro sentimentalismo por un lado, y por otro, se da un valor absoluto a la libertad. Y ante esta realidad cabe preguntarse ¿qué entienden por dignidad y qué es la muerte para los defensores de la eutanasia? desde luego y al parecer es muy pobre la concepción que manejan respecto a estos términos, por que su defensa radica solo en un sentido materialista y utilitarista de la vida humana.  Se deja de  lado el sentido trascendente del hombre; y se presenta a los defensores de la vida como retrógados, intransigentes, contrarios a la libertad y al progreso.
Todas las propuestas de legalización de la eutanasia invocan “el derecho a una muerte digna”. Para ellos la vida no merece ser vivida sino en condiciones de plenitud, incluso se basan, en que es un acto de amor y compasión, y por tanto una ayuda a morir humanamente digna.
El presidente de la asociación española: “Derecho a morir dignamente”, Salvador Paniker, sostiene que la calidad de vida, está por encima de la propia vida, hasta el punto de que cuando esta calidad se degenera más allá de ciertos límites, reduce al ser humano a la condición “piltrafa vegetativa”[3]. Este es un claro ejemplo, de una postura utilitarista y materialista respecto a la vida humana.
Pero qué significa “morir dignamente” o “muerte digna”.  La dignidad de la muerte, no radica en la muerte en sí, pues la muerte es lo más indigno que hay, tampoco radica en una muerte sin tribulaciones. La dignidad de la muerte radica en el modo de afrontarla. En realidad no se puede hablar de “muerte digna”, sino de “personas que afrontan su muerte con dignidad” [4].
La muerte y el dolor se dignifican si son aceptados y vividos por la persona en toda su dimensión orgánica, psicológica y espiritual. La muerte es un hecho inevitable de la vida humana. Y ante la inminencia de una muerte irremediable, lo más humano es dejar que la naturaleza continúe su curso.
Todos tenemos derecho a morir en paz y  por lo mismo, es lícito tomar la decisión de renunciar a unos tratamientos que procuran sólo una prolongación precaria y penosa de la vida. Así se expresa claramente en la carta encíclica Evagelium vite”(N° 65)  “cuando la muerte se prevé inminente e inevitable, se puede en conciencia « renunciar a unos tratamientos que procurarían únicamente una prolongación precaria y penosa de la existencia, sin interrumpir sin embargo las curas normales debidas al enfermo en casos similares ».”
Tal renuncia manifiesta la aceptación de la condición humana frente a la muerte. La  aplicación de terapias para prolongar la vida del enfermo no hacen sino aumentar en el paciente los sufrimientos y las molestias, y se configuran como desproporcionadas en relación con los riesgos y beneficios, condenando al enfermo a una agonía prolongada más que a una curación de la enfermedad.
Aquí cabe hacer una aclaración respecto a la atención médica que debe recibir el paciente que se le avecina la muerte. Sólo se le debe evitar aquellas terapias intensivas que despojan al enfermo de un estado de tranquilidad y lo aíslan de cualquier contacto con familiares y amigos, y que acaban por impedirle que se prepare interiormente a morir en un clima y en un contexto auténticamente humano. El médico tiene la obligación de prestarle los cuidados ordinarios elementales, como la alimentación, la hidratación, suministro de analgésicos, ayuda a la respiración, curas mínimas, higiene, cambios posturales, etc., que van destinados a la supervivencia y no a la curación, esto no es una forma de alargarle amargamente la vida, sino una forma humana y digna de respetarlo como persona.
Para concluir este artículo, quiero destacar que la vida humana[5] es el fundamento de todos los bienes, la fuente y condición necesaria de toda actividad humana y de toda convivencia social. Es un don del amor de Dios, que estamos llamados a conservar y hacer fructificar, tiene un carácter sacro, porque desde su inicio comporta “la acción creadora de Dios” y permanece en especial relación con Él su único fin. Solo Dios es dueño de la vida desde su comienzo hasta su término.
La eutanasia, es pues, en sentido estricto es gravemente ilícita, porque lleva implícita un homicidio; por tanto, ninguna razón puede legitimar un acto que lleva a suprimir una vida: ni conmiseración (compasión), ni humanitarismo, ni aparente piedad. El hombre no es dueño absoluto de su vida.
Unido al valor de la vida humana, está el de dignidad humana[6], la cual se fundamenta en lo que el hombre “es” (fundamentación ontológica) y en lo que está “llamado a ser”; es decir ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, tiene un fin sobrenatural, una vocación divina inscrita en lo más profundo de su ser: está llamado a la comunión eterna y en consecuencia nadie puede atentar contra la vida y dignidad humana. Es verdad que la muerte es algo inevitable y que pone fin a la existencia terrenal, pero, al mismo tiempo, abre el camino a la vida inmortal y por tanto, es necesario que sepamos aceptarla con responsabilidad preparándonos para este acontecimiento; aceptando nuestros sufrimientos como parte de nuestra redención unida a los padecimientos de Cristo.

BIBLIOGRAFÍA:

  • Juan Pablo II. (1995). “Carta Encíclica el Evangelio de la Vida (Evangelium Vitae)”, Madrid. impreso en Fernández cuidad, S. L.
·        PARDO, J. María. (2004)  “Bioética Práctica, al alcance de todos”;  Alcalá Madrid. Ediciones Rialp. S. A.
  • Conferencia Episcopal Española para la defensa de la vida. (1993) “la Eutanasia 100 cuestiones y respuestas sobre la defensa de la vida humana y la actitud de los católicos”. Madrid. Ediciones Paulinas.
Paginas Web consultadas



[1]En “100 cuestiones y respuestas sobre la defensa de la vida humana y la actitud de los católicos”.

[2] Eutanasia activa: es la eutanasia que mediante una acción positiva provoca la muerte del paciente. Y eutanasia pasiva es dejar morir intencionadamente al paciente por omisión de cuidados o tratamientos que son necesarios y razonables.
[3] PARDO,  J. María. “Bioética Práctica, al alcance de todos” Pág. 137.
[4] PARDO,  J. María. “Bioética Práctica, al alcance de todos”. Pág.139 – ss.
[5] La Congregación para la Doctrina de la Fe (27-VI-80), Declaración sobre la Eutanasia (en http://www.muertedigna.org/textos/euta41.html ).
[6] PARDO, José. “Bioética práctica al alcance de todos” Pág. 21

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