sábado, 30 de junio de 2012

¿Es posible Educar la Voluntad?


Araceli Jara Cotrina
Resumen
       La educación de la voluntad es una tarea ardua que implica paciencia y constancia tanto del que educa como del que es educado. Supone además, la intervención de unos elementos necesarios: la motivación, el esfuerzo y la práctica de algunas virtudes. Así, una persona con voluntad bien educada será eficaz y constante en querer el bien, tenaz frente a las dificultades, y capaz de gobernar y encauzar sus pasiones. En la educación de la voluntad también se hace necesaria la colaboración de los padres, especialmente en la niñez y adolescencia, hasta que poco a poco cada uno adquiera la responsabilidad de la auto-educación.
Palabras clave: educación, voluntad.

Abstract
The education of the will is an arduous task that implies patience and witness so much of the one that it educates like of the one that is polite. Besides, it supposes the intervention of a few necessary elements: the motivation, the effort and the practice of some virtues. In this way, a polite person will be effective and constant to do good thinks, tenacious to confront the difficulties, and capably of governing and channeling his passions. In the education of the will also the collaboration of the parents becomes necessary, specially in the childhood and adolescent; until that step by step each one acquires the responsibility of the auto-education.

Key words: education, will.

Introducción
En la sociedad actual, el “homo sapiens” -aquel que se rige por la inteligencia y la voluntad- está siendo superado por el “homo sentimentalis”. Esto es, el hombre que valora el sentimiento, los gustos, las sensaciones, los placeres, etc., por encima de la razón y la voluntad. En efecto, mientras la sociedad necesita con urgencia cimentar virtudes en sus vidas, paradójicamente se promueven corrientes de materialismo y hedonismo, que llevan a la persona a una vida cómoda y superficial dejando de lado el esfuerzo por alcanzar ideales.
Por otro lado, “la ley del mínimo esfuerzo”, que se concreta en la ausencia del sentido de responsabilidad, orden, constancia, etc., está superando a la educación de la voluntad y por tanto, se presenta un reto para todo educador y especialmente para el profesional de la enseñanza: ser capaz de educar la voluntad de los alumnos y enseñarles a optar por ideales grandes, que den sentido a sus vidas.

Educación
La educación se refiere siempre al hombre. Es un proceso humano que encierra necesariamente la orientación a un fin y este fin implica siempre una mejora, un perfeccionamiento. Todo ser humano busca y tiende a la perfección y la educación tiene por finalidad ayudar en el perfeccionamiento de la naturaleza humana; busca que cada educando se desarrolle plenamente y se integre positivamente en la realidad en la que vive. Educar es “desarrollar armónicamente todas las facultades específicamente humanas” (Morales.1987, p.40).
La educación en su raíz terminológica “implica tanto el cuidado y la conducción externa, como la necesaria transformación interior. Exige una influencia, que siempre provendrá del exterior, como un proceso de maduración, que sólo puede llevar a cabo el propio sujeto que se educa” (Medina. 2001, p.32).

La voluntad
Pero, ¿Qué es la voluntad? , ¿Es posible educarla? El ser humano no solo tiene una capacidad que le lleva a conocer y juzgar la verdad, sino que también quiere y elige aquello que conoce. Este objeto conocido y percibido por la inteligencia se denomina bien y es el objeto propio de la voluntad. Sin embargo, elegir el bien no es fácil, pues, aunque los entes son bienes en sí mismos (bienes ontológicos), algunos no son convenientes, es decir, no ayudan a perfeccionar a la persona sino que la deterioran. Por ello, a la elección de un bien precede el conocimiento de ese bien.
La voluntad es la facultad de querer el bien. Etimológicamente proviene del latín “voluntas-atis” que significa querer. Sin embargo, es preciso distinguir entre querer y desear, pues, muchas veces se utilizan como sinónimos. Tanto el desear como el querer se ponen en movimiento a partir de un conocimiento previo. Son actos distintos, el primero es sensible y el segundo es espiritual o intelectual y se dirigen al bien de manera distinta. El deseo tiende al bien sensible, percibido e imaginado, mientras que el querer tiene por objeto un bien inteligible.
La voluntad es "un apetito racional. (…) todo apetito es sólo del bien. La razón de esto es que un apetito no es otra cosa que la inclinación de quien desea hacia algo. Ahora bien, nada se inclina sino hacia lo que es semejante y conveniente. Por tanto, como toda cosa, en cuanto que es ente y sustancia, es un bien, es necesario que toda inclinación sea hacia el bien” (S. Th. I-II, q. 8 a. 1).
Si la voluntad se dirige siempre hacia el bien. Conviene, entonces conocer qué es el bien. El Diccionario de la Real Academia lo define como “aquello que en sí mismo tiene el complemento de la perfección en su propio género, o lo que es objeto de la voluntad, la cual ni se mueve ni puede moverse sino por el bien, sea verdadero o aprehendido falsamente como tal”. Lo que hace inferir que el bien es el objeto de la voluntad aunque nos equivoquemos eligiendo. Pues, nadie quiere o ama el mal, sino que lo elige en cuanto lo percibe como bien.
Para que la voluntad realice una buena elección del bien, se hace necesaria la intervención de la inteligencia. Pues, no se quiere lo que no se conoce. En consecuencia, la voluntad quiere lo que antes ha sido considerado por la inteligencia como bueno. Así lo menciona santo Tomás “lo aprehendido bajo razón de bien y de conveniente mueve a la voluntad como objeto” (S. Th. I-II, q. 9 a. 2).
Las potencias racionales, al ser enteramente espirituales, son las más susceptibles de educarse intrínsecamente, las demás potencias sirven para propiciar la formación de las espirituales, pues,  “hablando con rigor sólo a ellas le corresponde enteramente los hábitos y las virtudes, tomándolos en sentido completo y pleno. La educación intelectual versa sobre formación de virtudes intelectuales o teóricas de la inteligencia, y la educación moral es el campo de la formación de las virtudes éticas, morales o prácticas de la voluntad” (Altarejos. 2004, p. 199). Sin embargo, cabe destacar que siendo la inteligencia y la voluntad objeto de la enseñanza y núcleo decisivo de la educación humana, no son el primer referente de la acción educativa; pues las potencias superiores requieren un desarrollo proporcionado de las potencias inferiores para poder operar en plenitud (Altarejos. 2004, p. 199).
Así pues, no nos podemos olvidar que la  educación humana es integral, pues la persona es “una unidad en su ser; unidad que se opera mediante sus potencias que se articulan en su actuación” (Altarejos. 2004, p. 199). Por tanto, la formación humana abarca la dimensión: estética, afectiva, moral e intelectual, conectadas e integradas entre sí, sino, no cabe hablar de verdadera educación. “La educación debe cultivar al hombre en todas sus coordenadas sin excluir ninguna, abarcar todos sus meridianos, incluir todos sus paralelos” (Morales. 1985, p. 403),

Educación de la voluntad
Para educar la voluntad también se debe tener en cuenta que los actos de la inteligencia y de la voluntad –como se mencionaba en párrafos anteriores- están íntimamente relacionados. Por tanto, lo que se persigue es que el que aprende entienda y quiera a la vez lo que hace. Sin embargo, aun estando relacionados los actos de la inteligencia y de la voluntad, la educación de cada una se denomina de modo distinto: cuando se incide en la educación de la inteligencia, se denomina formación de hábitos intelectuales y cuando se incide en la voluntad, se denomina formación de virtudes, pues, difieren en el modo de adquirirlas.
Así, cuando se habla específicamente de educación de la voluntad lo que se pretende es ayudar a adquirir virtudes, y ésta “es la finalidad de la enseñanza en la medida que pretenda  ser educativa, pues a través de ellas el ser humano crece en la posesión de  sus actos, lo que constituye la médula de su perfeccionamiento personal. La formación de hábitos operativos buenos o virtudes con la ayuda de la enseñanza es la esencia de la educación; y siendo las virtudes perfec­ciones intrínsecas de las potencias humanas, la educación se realizará según la capacidad de actualización de éstas” (Altarejos. 2004, p. 197).
Una persona con voluntad bien educada será eficaz y constante en querer el bien, tenaz frente a las dificultades, y capaz de gobernar y encauzar sus pasiones. Allí radica su importancia. Pues, “a una voluntad constante nada se resiste. El tímido se hará decidido y audaz. El apático se convierte en activo. El carente de iniciativa y responsabilidad, aguzará su ingenio, intentará soluciones atrevidas” (Morales.1987, pp.242-243).
Y ¿Cómo educar la voluntad? Educar la voluntad no es una tarea fácil, pues, no solo depende de quien educa, sino también de quien es educado. Además, se trata de un proceso gradual y progresivo: “una voluntad recia no se consigue de la noche a la mañana. Hay que seguir una tabla de ejercicios para fortalecer los músculos de la voluntad, haciendo ejercicio repetidos y que supongan esfuerzo” (Aguiló. 2001, p. 130).
A continuación, se proponen cuatro principios que favorecen de modo eficaz en la educación de la voluntad:
La Mística de Exigencia: es planteada desde el interior del sujeto como una forma de hacer progresar al hombre en su proyecto como persona. Se pretende que el joven desarrolle aquellos valores profundos que lleva dentro, impulsándole siempre de acuerdo a su capacidad hacia lo máximo. Se caracteriza por ser razonada, flexible y amorosa. “Si al joven se exige poco, no da nada. Si se le exige mucho, da más”.
El Espíritu Combativo: es la actitud interior de lucha consigo mismo, para no dejarse vencer por el mal e ir tras el bien. Esto supone esfuerzo constante para vencer las dificultades y alcanzar pequeñas victorias sobre las pasiones; implica, también, aprender a perder el miedo al fracaso, pues, lo esencial no es la victoria sino la lucha tenaz. Ayuda el siguiente lema: “si no avanzo, retrocedo”.
El Cultivo de la Reflexión: tiene por finalidad enseñar a pensar con profundidad; no  se trata solo de transmitir conocimientos, por eso se estimula al educando a descubrir la verdad de las cosas por sí mismo. Tiene tres fases: observar (ver), enjuiciar (juzgar) y actuar (transformar la realidad). La reflexión sólo nace y se mece en la cuna del silencio.
La Escuela de Constancia: este es el principio que directamente incide en la educación de la voluntad, en la capacidad para querer el bien. Consiste en tomar una determinación e ir tras ella sin interrumpirla. Se logra: queriendo pocas cosas, siendo concientes del esfuerzo que supone toda meta por pequeña que sea, teniendo paciencia para ir poco a poco y con confianza en uno mismo. Esto es posible, cuando se es capaz de: “No cansarse nunca de estar empezando siempre”.
Para que estos principios sean eficaces es necesario que se den interconectados, de lo contrario se puede perder su significado educativo.
Existen, además, unos elementos que ayudan o favorecen la educación la voluntad; estos son: la motivación, el esfuerzo y la práctica de virtudes (especialmente la fortaleza, constancia, prudencia, templanza, orden, tenacidad, entre otras).
Así pues, el querer de la voluntad es un querer motivado, o impulsado por un interés o motivo. Todo aquello que desde nuestro interior nos mueve a hacer, a pensar, a decidir, esta movido por una motivación que puede ser intrínseca, extrínseca o trascendental. Por tanto la voluntad necesita razones para adherirse a un determinado bien.
La motivación está constituida por todos los factores capaces de provocar, mantener y dirigir la conducta hacia un objetivo. En tal sentido, “los agentes motivadores son los que ponen en marcha la voluntad y la hacen realidad, fácil, bien dispuesta; capaz de superar las dificultades, frenos y cansancios propios de ese esfuerzo. Motivación, por tanto, es ver la meta como algo grande y positivo que podemos conseguir (Rojas. 1996, p.20).
Los grandes proyectos y empresas se logran con mucha dosis de motivación y esfuerzo. “Estar motivado significa tener una representación anticipada de la meta, lo cual arrastra a la acción. De ahí emerge buena parte del proyecto personal que cada uno debemos tener” (Rojas. 1996, p.22). Así pues, una fuerte y clara motivación es el mejor punto de partida para educar la voluntad. Aunque, al principio, el camino sea siempre áspero y costoso.
La motivación es esencial, también, en el proyecto personal, hace que “sea argumental, que tenga un carácter programático, elaborado por una sucesión de pequeñas superaciones, sobre las que la voluntad se va fortaleciendo, acrisolándose, haciéndose madura. El individuo con este tipo de voluntad sabe lo que quiere y pone de su parte lo necesario para ir poco a poco consiguiéndolo” (Rojas. 1996, p.29).
Por otro lado, cabe considerar que “una voluntad reflexiva, decidida, enérgica y constante sólo la transmite el educador que la posea. No podrá adquirirla ni, por lo tanto, transmitirla a otros, si no clava sus ojos en un gran ideal. Las pequeñas, pero constantes renuncias son el precio que hay que pagar para alcanzar una voluntad adornada con esas cualidades. No pueden hacerse esas renuncias con continuidad sin un gran amor, un gran ideal” (Morales, 1985, p. 415).
El segundo elemento que no debe faltar en la educación de la voluntad es el esfuerzo. Éste es “el impulso vigoroso y definitivo que hace posible al hombre convertir en realidad sus proyectos” (Tierno. 1994, p. 103). Una persona que se esfuerza mejora, se perfecciona cada vez más. Es capaz de afrontar la vida con sus dificultades tratando de resolverlas aunque le cueste sacrificio grande o pequeño. Esforzarse por hacer lo mejor aunque algunas veces no se consiga lo que nos proponemos, implica una gran capacidad de aceptación. No cabe duda, pues, que el esfuerzo es un elemento importantísimo en la educación de la voluntad. Pues, una persona con voluntad es aquella que a base de esfuerzo y de tenacidad, consigue siempre lo que se propone si sus objetivos son realistas.
El esfuerzo es muy importante, pero, ¿por qué nos esforzamos? Esforzarse por esforzarse no tiene sentido, nos esforzamos por algo que vale la pena, cuando encontramos impedimentos para lograr nuestros objetivos; “nos esforzamos en definitiva, ante valores descubiertos, en proceso de interiorización” en la interiorización de un valor se distinguen cinco etapas: 1° descubrirlo, 2° aceptarlo, 3° preferirlo, 4° comprometerse con él, 5° organizar la vida en función de ese valor. (Otero, 2002, p. 53).  Estas etapas, se dan en todos los valores que interiorizamos los cuales nos ayudan a crecer como personas y a perfeccionarnos.
Tierno (1994, p. 105), sugiere unas pautas para lograr una fuerte voluntad: Primero, formular el propósito de forma positiva y no emplear expresiones como “lo intentaré”, sino “voy a hacer tal cosa AHORA, y hacerla, sin más”. Segundo, fijarse objetivos y propósitos posibles y medibles, evaluando en qué medida lo hacemos realidad. Tercero, tener claro que tú eres el único responsable; no culpes a otros. Cuarto, ayúdate con ejemplos vivos de fuerte voluntad. Y quinto, felicítate, prémiate, concédete recompensas tras cada logro, tras cada esfuerzo y acto de voluntad.
La voluntad es educada básicamente en el seno de la familia. Los valores se adquieren en la convivencia familiar. “Los padres han pasado a ser los protagonistas de la formación de sus hijos” (Corominas, 2004, p. 16).
Es importante, que los padres eduquen en el esfuerzo, enseñando sobre todo a luchar y no siempre a triunfar, primero consigo mismo y luego con las dificultades exteriores. Pues, como dice Martín Descalzo “No es grande el que triunfa, sino el que jamás se desalienta” (Tierno. 1994, p. 108). En consecuencia, “al ser humano desde niño se le debe enseñar y convencer de que ha nacido para triunfar, para progresar; que está organizado y bien capacitado para el éxito, para vencer, pero la primera victoria la ha de librar consigo mismo” (Tierno. 1994, p. 112). Por tanto, la voluntad crece con el ejercicio de las virtudes; es decir, con la repetición de hábitos operativos buenos.
Conclusión
Finalmente, respondiendo a la pregunta inicial se puede decir que si es posible educar la voluntad. Sin embargo, no es una tarea fácil, implica  determinación, firmeza en los propósitos, solidez en las pequeñas metas, no desanimarse ante las dificultades, teniendo en cuenta que  todo lo grande exige renuncia; todo esto requiere una paciencia infinita del estudiante así como del educador, pues, la educación de la voluntad dura toda la vida.  Por otro lado, se debe considerar también, la personalidad propia de cada educando –no todos responden al mismo ritmo-; por tanto, los cambios se van dando en función de la persona a quien se educa. En la educación de la voluntad también se hace necesaria la colaboración de los padres, especialmente en la niñez y adolescencia, hasta que poco a poco cada uno adquiera la responsabilidad de la auto-educación.


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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Ø      Aquino, T. (2001). Suma Teológica. Volumen II, Parte I-II (4° Ed.) Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos (BAC).
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