miércoles, 7 de noviembre de 2012

La Eutanasia ¿Es una muerte digna?



Araceli Jara Cotrina

En la actualidad existe un subjetivismo y relativismo moral en el que todo conocimiento o principio moral depende de las opiniones o circunstancias de las personas. Y como las opiniones y las circunstancias son cambiantes, ningún conocimiento o principio moral, según esta postura, es universal u objetiva. En este contexto de relativismo moral, surge también la eutanasia.
Antes de ahondar en el tema, conviene aclarar el significado del término eutanasia. Según un documento publicado por la conferencia Episcopal Española para la defensa de la vida[1], este término proviene del griego "eu" = bien, "Thánatos" = muerte, por tanto significa  buena muerte, bien morir. Sin embargo, esta palabra ha ido adquiriendo otro sentido, algo más específico: procurar la muerte sin dolor a quienes sufren. Actualmente, más estrictamente, se entiende por eutanasia el llamado homicidio por compasión, es decir, el causar la muerte de otro por piedad ante su sufrimiento o atendiendo a su deseo de morir por las razones que fuere. Por tanto, también se define a la eutanasia como la actuación que tiene por objeto causar la muerte a un ser humano para evitarle sufrimientos, bien a petición de éste, bien por considerar que su vida carece de la calidad mínima para que merezca el calificativo de “digna”.
Los patrocinadores de la eutanasia, hacen una manipulación de la palabras, para propiciar así su aceptación ante la sociedad, usando los términos: "muerte dulce", "muerte digna",  como si no fuera una realidad tangible, el hecho de que en la eutanasia un ser humano da muerte a otro, consciente y deliberadamente, por muy presuntamente nobles que aparezcan las motivaciones que lo animen a ejecutar tal acción.
Se puede distinguir 2 tipos de eutanasia:
 a) Desde el punto de vista de la víctima la eutanasia puede ser voluntaria (cuando es solicitada por la misma persona que sufre la enfermedad) o involuntaria (cuando se aplica a recién nacidos deformes o deficientes, a enfermos terminales, a afectados de lesiones cerebrales irreversibles o a ancianos u otras personas tenidas por socialmente improductivas, etc.
b) Desde el punto de vista de quien la practica, se distingue entre eutanasia activa y pasiva[2], según se provoque la muerte a otro por acción o por omisión.
En todos estos modos de eutanasia se suelen manifestar los siguientes argumentos:
  • Hay un derecho a la muerte digna expresamente querida por el que padece sufrimientos atroces.
  • Cada uno puede disponer de su propia vida en el uso de su libertad y autonomía individual.
  • Suprimir la vida de los deficientes psíquicos profundos o de los enfermos en fase terminal es una forma de progreso, pues son vidas que no pueden llamarse propiamente humanas.
  • Es una manifestación de solidaridad social, pues se eliminan vidas sin sentido, que constituyen una dura carga para los familiares y la propia sociedad.
Todos estos argumentos están vacíos de lo que significa ser persona humana y de lo significa ser poseedor de dignidad; se la reduce solo a aspectos de utilidad y puro sentimentalismo por un lado, y por otro, se da un valor absoluto a la libertad. Y ante esta realidad cabe preguntarse ¿qué entienden por dignidad y qué es la muerte para los defensores de la eutanasia? desde luego y al parecer es muy pobre la concepción que manejan respecto a estos términos, por que su defensa radica solo en un sentido materialista y utilitarista de la vida humana.  Se deja de  lado el sentido trascendente del hombre; y se presenta a los defensores de la vida como retrógados, intransigentes, contrarios a la libertad y al progreso.
Todas las propuestas de legalización de la eutanasia invocan “el derecho a una muerte digna”. Para ellos la vida no merece ser vivida sino en condiciones de plenitud, incluso se basan, en que es un acto de amor y compasión, y por tanto una ayuda a morir humanamente digna.
El presidente de la asociación española: “Derecho a morir dignamente”, Salvador Paniker, sostiene que la calidad de vida, está por encima de la propia vida, hasta el punto de que cuando esta calidad se degenera más allá de ciertos límites, reduce al ser humano a la condición “piltrafa vegetativa”[3]. Este es un claro ejemplo, de una postura utilitarista y materialista respecto a la vida humana.
Pero qué significa “morir dignamente” o “muerte digna”.  La dignidad de la muerte, no radica en la muerte en sí, pues la muerte es lo más indigno que hay, tampoco radica en una muerte sin tribulaciones. La dignidad de la muerte radica en el modo de afrontarla. En realidad no se puede hablar de “muerte digna”, sino de “personas que afrontan su muerte con dignidad” [4].
La muerte y el dolor se dignifican si son aceptados y vividos por la persona en toda su dimensión orgánica, psicológica y espiritual. La muerte es un hecho inevitable de la vida humana. Y ante la inminencia de una muerte irremediable, lo más humano es dejar que la naturaleza continúe su curso.
Todos tenemos derecho a morir en paz y  por lo mismo, es lícito tomar la decisión de renunciar a unos tratamientos que procuran sólo una prolongación precaria y penosa de la vida. Así se expresa claramente en la carta encíclica Evagelium vite”(N° 65)  “cuando la muerte se prevé inminente e inevitable, se puede en conciencia « renunciar a unos tratamientos que procurarían únicamente una prolongación precaria y penosa de la existencia, sin interrumpir sin embargo las curas normales debidas al enfermo en casos similares ».”
Tal renuncia manifiesta la aceptación de la condición humana frente a la muerte. La  aplicación de terapias para prolongar la vida del enfermo no hacen sino aumentar en el paciente los sufrimientos y las molestias, y se configuran como desproporcionadas en relación con los riesgos y beneficios, condenando al enfermo a una agonía prolongada más que a una curación de la enfermedad.
Aquí cabe hacer una aclaración respecto a la atención médica que debe recibir el paciente que se le avecina la muerte. Sólo se le debe evitar aquellas terapias intensivas que despojan al enfermo de un estado de tranquilidad y lo aíslan de cualquier contacto con familiares y amigos, y que acaban por impedirle que se prepare interiormente a morir en un clima y en un contexto auténticamente humano. El médico tiene la obligación de prestarle los cuidados ordinarios elementales, como la alimentación, la hidratación, suministro de analgésicos, ayuda a la respiración, curas mínimas, higiene, cambios posturales, etc., que van destinados a la supervivencia y no a la curación, esto no es una forma de alargarle amargamente la vida, sino una forma humana y digna de respetarlo como persona.
Para concluir este artículo, quiero destacar que la vida humana[5] es el fundamento de todos los bienes, la fuente y condición necesaria de toda actividad humana y de toda convivencia social. Es un don del amor de Dios, que estamos llamados a conservar y hacer fructificar, tiene un carácter sacro, porque desde su inicio comporta “la acción creadora de Dios” y permanece en especial relación con Él su único fin. Solo Dios es dueño de la vida desde su comienzo hasta su término.
La eutanasia, es pues, en sentido estricto es gravemente ilícita, porque lleva implícita un homicidio; por tanto, ninguna razón puede legitimar un acto que lleva a suprimir una vida: ni conmiseración (compasión), ni humanitarismo, ni aparente piedad. El hombre no es dueño absoluto de su vida.
Unido al valor de la vida humana, está el de dignidad humana[6], la cual se fundamenta en lo que el hombre “es” (fundamentación ontológica) y en lo que está “llamado a ser”; es decir ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, tiene un fin sobrenatural, una vocación divina inscrita en lo más profundo de su ser: está llamado a la comunión eterna y en consecuencia nadie puede atentar contra la vida y dignidad humana. Es verdad que la muerte es algo inevitable y que pone fin a la existencia terrenal, pero, al mismo tiempo, abre el camino a la vida inmortal y por tanto, es necesario que sepamos aceptarla con responsabilidad preparándonos para este acontecimiento; aceptando nuestros sufrimientos como parte de nuestra redención unida a los padecimientos de Cristo.

BIBLIOGRAFÍA:

  • Juan Pablo II. (1995). “Carta Encíclica el Evangelio de la Vida (Evangelium Vitae)”, Madrid. impreso en Fernández cuidad, S. L.
·        PARDO, J. María. (2004)  “Bioética Práctica, al alcance de todos”;  Alcalá Madrid. Ediciones Rialp. S. A.
  • Conferencia Episcopal Española para la defensa de la vida. (1993) “la Eutanasia 100 cuestiones y respuestas sobre la defensa de la vida humana y la actitud de los católicos”. Madrid. Ediciones Paulinas.
Paginas Web consultadas



[1]En “100 cuestiones y respuestas sobre la defensa de la vida humana y la actitud de los católicos”.

[2] Eutanasia activa: es la eutanasia que mediante una acción positiva provoca la muerte del paciente. Y eutanasia pasiva es dejar morir intencionadamente al paciente por omisión de cuidados o tratamientos que son necesarios y razonables.
[3] PARDO,  J. María. “Bioética Práctica, al alcance de todos” Pág. 137.
[4] PARDO,  J. María. “Bioética Práctica, al alcance de todos”. Pág.139 – ss.
[5] La Congregación para la Doctrina de la Fe (27-VI-80), Declaración sobre la Eutanasia (en http://www.muertedigna.org/textos/euta41.html ).
[6] PARDO, José. “Bioética práctica al alcance de todos” Pág. 21

Hábitos intelectuales y Educación ¿Qué relación existe?


Araceli Jara Cotrina
Hablar de hábitos intelectuales actualmente es poco común en la sociedad, este problema tal vez es producto del oscurecimiento que ha tenido el tema en cuestión en la época moderna, que en último término ha conducido a hablar o a centrar el análisis del estudio de los hábitos en el ámbito volitivo de la persona humana, es decir, se ha visto el estudio de los hábitos desde la voluntad en cuanto buenos (virtudes) o malos (vicios), que además es objeto de estudio de la moral. Sin embargo, autores como Leonardo Polo, Juan Sellés, - en los que estará basada la presente investigación- han dedicado muchas páginas de sus libros para hablar de este tema. En tal sentido, la presente investigación tiene por finalidad conocer la naturaleza de los hábitos intelectuales y su respectiva relación con la educación de la persona. Para ello se tendrá en cuenta: la naturaleza de los hábitos, la formación de los hábitos, la facultad a la que afecta, su diferencia con las virtudes y finalmente cómo se relaciona con la educación.
En primer lugar, “los hábitos y virtudes son perfecciones intrínsecas de la esencia humana1. Por tanto, los hábitos hacen referencia a la perfección intrínseca de la facultad a la que afecta; siendo así, estas potencias sólo pueden ser dos: la razón y la voluntad. En tal sentido, los hábitos intelectuales perfeccionan a la Inteligencia y las virtudes a la voluntad, tal como lo solían llamar los clásicos. Gracias al hábito y a la virtud, las potencias humanas pueden crecer de modo irrestricto e inmanente y no arbitrario.
Respecto al estudio de los hábitos y las virtudes, Sellés haciendo referencia a Polo menciona que se ha tratado en tres períodos durante la historia de la filosofía2: al período griego se le atribuye el descubrimiento de los hábitos y de las virtudes –aunque hayan dado mayor importancia al estudio de los hábitos intelectuales- constituyen una perfección intrínseca; el período medieval, por su parte, se ha centrado en los hábitos morales (virtudes) y han caracterizado al hábito como una cualidad que pertenece a la esencia humana y que perfecciona por dentro, finalmente en el período moderno, se ha olvidado la naturaleza de los hábitos y ha traído graves consecuencias como por ejemplo concebir a los hábitos como costumbres, disposiciones e inclinaciones, etc.
El hábito racional, es “el conocimiento del acto racional”, lo que suele llamarse también, el “darse cuenta” de nuestros actos cognoscitivos. Para mejor entender esta definición, Sellés propone un ejemplo: no es lo mismo el acto de juzgar por medio del cual se conoce que “el escrito es interesante”, que aquél otro acto por el cual me doy cuenta que juzgo. El segundo conoce el acto, no “lo interesante del escrito” o cualquier otra realidad. El acto de conocer “lo interesante del escrito” no es “lo interesante del escrito”, que es el objeto conocido. Pero el acto de conocer por el que conozco que con un acto conozco “lo interesante del escrito”, no es el primer acto, sino otro referido a aquél, pues ese acto que conoce el objeto también se conoce. El conocer el acto, sin embargo, no es posterior al ejercicio del acto, sino a la vez y, además, condición de posibilidad del mismo. Se conoce la operación cuando se ejerce. Pero como la operación no es autointencional, ya que se agota conociendo su objeto propio, en este caso “lo interesante del escrito”, se conoce a la vez simul que se ejerce dicho acto, pero con otro acto que es más acto, a saber, un hábito3.
En educación suele utilizarse el término metacognición, para referirse a la conciencia del conocimiento que uno tiene y a la habilidad para comprender, controlar y manipular procesos cognitivos individuales. Sin embargo, no es lo mismo metacognición que hábito, pues, la primera hace referencia al acto de tomar conciencia de lo que conozco y lo segundo hace referencia al acto por el cual me doy cuenta que soy consiente de lo que conozco.
A continuación se presenta un cuadro que permitirá reconocer que es un hábito y que no es un hábito para mejor entenderlo, este cuadro está realizado según la distinción que nos ofrece Sellés4 cuando trata de distinguir el hábito de las manías, costumbres, virtudes, inclinaciones, etc.

HÁBITO NO ES
HÁBITO ES
Costumbre
- Comportamiento adquirido a raíz de una repetición de acciones físicas.
- Las costumbres dependen del pasado.
- Una perfección intrínseca de las potencias humanas susceptibles de un crecimiento irrestricto.
- Los hábitos no son sensibles ni corpóreos.
- Los hábitos y virtudes son sin tiempo.
- Los hábitos no son sustancia ninguna, pues no pertenecen al compuesto hilemórfico y tampoco son ninguno de los accidentes.
- Los hábitos y las virtudes son siempre adquiridas y carecen de soporte orgánico, lo que no sucede con las facultades sensibles.
- Los hábitos modifican las inclinaciones, las educan y potencian a las buenas; mitigan o niegan a las malas.
- Los hábitos son si movimiento físico.
- Los hábitos actualizan la esencia humana a la que están abiertas naturalmente las potencias espirituales.
- Los hábitos son manifestaciones del acto de ser del hombre en la esencia humana, pues éste no es físico.
Manía
- Modos de comportamiento que no mejoran a la persona.
Inclinación
- Ésta es natural y conlleva ciertos cambios somáticos
Movimiento
- Un proceso, una tendencia, un interés, este es el caso de las costumbres e inclinaciones.
Cualidad
- Determinaciones del sujeto en orden a la naturaleza, si los hábitos son de las potencias y estas forman parte de la esencia humana, no se puede encuadrar dentro de la categoría física de la cualidad.

Cabe señalar que “los hábitos no sólo dicen relación a los actos, sino fundamentalmente a la potencia o facultad. Son medio entre la potencia y el acto”; (…) la relación que existe es de perfección, “el hábito es perfección de la potencia”. Es una perfección intrínseca, entitativa de la propia facultad”. El hábito permite el crecimiento de las posibilidades de la facultad. La vuelve más capaz, abierta a más cosas y por tanto más libre. La perfecciona sacándola de indeterminación. Es la misma potencia la que crece5.
Se puede señalar entonces que las facultades no pueden crecer sin los hábitos, pues necesitan de ellos para realizar actos u operaciones: “La facultad crece en cuanto que tal merced a los hábitos. Estos añaden una nueva capacidad para la potencia que la incrementa a ella misma. Crecer como potencia implica tener una capacidad de realizar actos u operaciones más altas que las que podía realizar antes del crecimiento. Sin los hábitos, la facultad no podría conseguir eso sencillamente porque es un principio finito, pero por ellos puede desarrollar una operatividad infinita porque no tiene límite en su crecimiento, dado su carácter espiritual, y al no tenerlo, cada vez que crece es más capaz para desarrollar operaciones superiores6.
Por otro lado, cabe señalar que los hábitos aunque perfeccionan las facultades humanas, haciéndolas crecer no se pueden identificar con ella: “La persona vista desde el conocer es denominada núcleo del saber. Los hábitos adquiridos son de la persona, no son la persona; por eso por más que el hábito sea la perfección del hombre; la esencia del hombre (gracias a los hábitos) es la perfección de su naturaleza, pero no la de cada quien”7. Siendo así, entonces ¿quién es el sujeto de los hábitos? El término sujeto es utilizado por los medievales y este hace referencia no la persona humana, sino a “aquella facultad o potencia que es susceptible de crecimiento perfectible como facultad o potencia”8. Las potencias capaces de hábitos son -como se ha mencionado anteriormente- sólo dos: la inteligencia y la voluntad. Por tanto, los sentidos tanto externos como internos y los apetitos concupiscibles e irascibles en el hombre no son sujetos de hábitos sino sólo potencias o inclinaciones susceptibles de educar y encausar, la razón es: su dependencia orgánica, es decir una potencia orgánica no puede crecer de modo irrestricto, porque de una u otra forma esta limitada y depende de la materia. Sin embargo, las potencias superiores aunque necesitan que las potencias inferiores le suministren información para conocer, sus operaciones (actos) son puramente espirituales e inmanentes, y por lo mismo, no tiene límites su crecimiento. Cabe mencionar aquí, que existe una jerarquía una estrecha relación en el conocer, estas son –a saber- conocimiento sensible (propio de los sentidos externos e internos), conocimiento racional (inteligencia) y conocer personal; es decir, el conocimiento superior es el conocer personal, por tanto los demás son medio para este.

Ahora veamos, Cómo se forman los hábitos. En primer lugar, hay que saber que Tomás de Aquino, cuando habla de hábitos intelectuales, los divide en teóricos y prácticos. Así, los teóricos “se forman cuando se conoce una cosa que no tiene vuelta de hoja, cuando se topa con la evidencia. En ese caso el hábito se forma ipso facto, sin ninguna repetición de actos; es decir, de una vez por todas9. Desde que uno sabe qué es abstraer, por ejemplo, sabe con claridad qué es abstraer, y no tiene dificultad ninguna respecto de abstraer cuando quiera. Se ha adquirido el hábito, una perfección intrínseca de la inteligencia, con un sólo acto. Clarificar enteramente qué es el acto de abstraer conlleva que tal acto transmuta en hábito, de modo que siempre que se abstraiga se cuenta con el hábito, es decir, que la inteligencia ya es perfecta “a tope” en ese orden, en el orden de abstraer. Ya no se puede crecer más, porque ya se ha conocido la abstracción, por así decir, en un 100%10. Totalmente lo contrario sucede con los hábitos intelectuales prácticos que “no se adquiere con un solo hábito y en el que se puede mejorar”11. Así por ejemplo no se puede afirmar que una persona es prudente al 100% porque este es un hábito distinto al de la abstracción (teórico).
En el caso de la voluntad, las virtudes se forman “merced al apoyo de la persona, a base de repetición de actos. ¿Por qué? porque así como el entendimiento topa con la evidencia, la voluntad jamás en la presente situación topa con la felicidad completa que la satura, de modo que no se pueda volver atrás, decaer en su querer”12
Por lo tanto, la inteligencia teórica tiene mayor facilidad para formar hábitos que la inteligencia práctica y la voluntad. En tal sentido, conocer que se está conociendo según hábito teórico, y el conocer que se está conociendo según el hábito práctico no pueden ser de la misma índole, porque versan sobre asuntos conocidos distintos.
¿Cómo se relacionan los hábitos intelectuales con la Educación?, En primer lugar, el término educación proviene de dos voces latinas. Educare, que significa conducir, guiar, y educere que significa sacar fuera, criar. Los dos términos latinos se complementan en toda acción educativa; “la educación implica tanto el cuidado y la conducción externa, como la necesaria transformación interior. Exige una influencia, que siempre provendrá del exterior, como un proceso de maduración, que sólo puede llevar a cabo el propio sujeto que se educa”13. La educación, siempre se refiere al hombre, es un proceso humano, encierra necesariamente la orientación a un fin, y este fin implica siempre una mejora, un perfeccionamiento. Todo ser humano busca y tiende a la perfección, en tal sentido, la Educación, tiene por finalidad ayudar en el perfeccionamiento de la naturaleza humana, busca que cada educando se desarrolle plenamente y se integre positivamente en la realidad en la que vive.
La educación es la “integración de la actividad de enseñar con la acción de aprender cuando ésta tiene carácter formativo, es decir, implica creci­miento perfectivo para el que aprende”14. Existen factores externos que enseñan, pero no educan, así por ejemplo los medios de comunicación, no educan, ni forman, porque su influencia en la conducta humana puede ser negativa o positiva, además no hay intención de educar, ni tampoco contacto directo del educador con el alumno para prestarles ayuda personal a sus inquietudes y problemas. La educación implica tanto el cuidado y la conducción externa, como la necesaria transformación interior.
Las potencias racionales, al ser enteramente espirituales, son las más susceptibles de formarse intrínsecamente, las demás potencias sensitivas sirven para propiciar la formación de las espirituales. “hablando con rigor sólo a ellas le corresponden enteramente los hábitos y o virtudes, tomándolos en sentido completo y pleno. La educación intelectual versa sobre formación de virtudes intelectuales o teóricas de la inteligencia, y la educación moral es el campo de la formación de las virtudes éticas, morales o prácticas de la voluntad”15. Si embargo, siendo la inteligencia y la voluntad objeto de la enseñanza y núcleo decisivo de la formación humana, no son el primer referente de la acción educativa; pues las potencias superiores requieren un desarrollo proporcionado de las potencias inferiores para poder operar en plenitud16.
No nos podemos olvidar que la formación humana es integral, pues la persona es “una unidad en su ser; unidad que se opera mediante sus potencias que se articulan en su actuación”17. Por tanto, la formación humana abarca la dimensión: estética, afectiva, moral e intelectual, conectadas e integradas entre sí, sino, no cabe hablar de verdadera educación.
Cabe mencionar también que siendo la formación humana integral, ésta se da desde la razón (entendiendo a la razón como facultad integradora de la inteligencia y voluntad), pues es la facultad superior de la naturaleza humana. En tal sentido, lo que se persigue es que el que aprende entienda y quiera a la vez los que hace. No es que se quiera dar primacía a la inteligencia, sino que los actos de la voluntad están íntimamente relacionados con los del intelecto: “El intelecto mueve a la voluntad, puesto que el bien que el intelecto aprehende es el objeto de la voluntad y la mueve a titulo de fin”18 .
Sin embargo, aun estando relacionados los actos de la inteligencia y de la voluntad, cuando se incide en la educación de la inteligencia, se denomina formación de hábitos intelectuales y cuando se incide en la voluntad, se denomina formación de virtudes, que como vimos en párrafos anteriores se dan de modo distintos. Así cuando se habla de educación como formación de virtudes se pretende, en este sentido “ayudar a formar virtudes es la finalidad de la enseñanza en la medida que pretenda ser educativa, pues a través de ellas el ser humano crece en la posesión de sus actos, lo que constituye la médula de su perfeccionamiento personal. La formación de hábitos operativos buenos o virtudes con la ayuda de la enseñanza es la esencia de la educación; y siendo las virtudes perfec­ciones intrínsecas de las potencias humanas, la educación se realizará según la capacidad de actualización de éstas19.
La estrecha relación entre hábitos y educación está en que “la educación es formación de hábitos. El ser humano se adueña de sí mismo mediante sus actos. Su perfeccionamiento no es una cualidad adventicia, sobrevenida a golpes o estirones de las potencias, como el crecimiento corporal en la adolescencia. El ejercicio continuo y constante de las acciones adecuadas conforman las potencias y acrecientan su poder. No se trata de meras costumbres rutinarias, que permiten hacer las mismas cosas del mismo modo, sino de los hábitos, que abren la posibilidad de afrontar nuevos quehaceres desde la solidez de una conducta estable, regida por el sujeto agente”20. En consecuencia, la educación se define como: “la acción recíproca de ayuda al perfeccionamiento humano, ordenado intencionalmente a la razón, y dirigido desde ella, en cuanto que promueve la formación de hábitos éticamente buenos”21
Finalmente, en la presente investigación se ha llegado a la siguiente conclusión: El único ser compuesto susceptible de perfección intrínseca es la persona humana, pues, es la única que no está determinada, sino que necesita perfeccionarse y crecer. Este crecimiento se logra a través de los hábitos intelectuales y de las virtudes y éstos a su vez están estrechamente relacionados con la educación. Educar propiamente no consiste en dar conocimientos o contenidos, tampoco en adoctrinar modos o formas de comportarse, sino más bien en suscitar hábitos intelectuales y virtudes en la voluntad. Educar consiste en ayudar a perfeccionar las facultades propiamente humanas y estas a saber, son la inteligencia y la voluntad, contribuyendo así a la realización plena de la persona humana.

BIBLIOGRAFÍA

  • ALTAREJOS, Francisco; NAVA, Concepción. (2004) “Filosofía de la Educación”. Pamplona: Ediciones Universidad de Navarra. 2° Edición.

  • GILSON, Étienne (2002). “El tomismo: Introducción a la filosofía de Santo Tomás de Aquino”. Pamplona: Ediciones Universidad de Navarra. 4° Edición.

  • SÉLLES Juan. (1999) “Hábitos y Virtud II”. En Cuadernos de Anuario Filosófico. Nº 66. Pamplona: Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra,.

  • SELLÉS, Juan. (1996) “Hábitos Intelectuales según Polo”. En Cuadernos de Anuario Filosófico, Nº 29. Pamplona: Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra.

  • SELLÉS, Juan. “Hábitos, Virtudes, Costumbres y manías”. En “Educación y Educadores, N° 1. Pamplona: Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra.
1 SELLÉS, Juan. Hábitos y Virtud II. En Cuadernos de Anuario Filosófico. Nº 66. Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, Pamplona 1999.p.2
2 Cfr. SELLÉS. Hábitos Intelectuales según Polo. p.1017
3 SELLÉS, Juan. Hábitos, Virtudes, Costumbres y manías, p. 5
4 Ibídem, pp.1y2
5 Ibídem, p. 6
6 Ibídem, p. 7
7 SELLÉS, Juan. Hábitos Intelectuales según Polo, p.4036
8 SELLÉS, Juan. Hábitos y Virtud II, p. 8
9 Ibídem, p. 10
10 Cfr. Ibídem, p. 11.
11 Ibídem, p. 11.
12 SELLÉS, Juan. Hábitos, Virtudes, Costumbres y manías……p. 6
13 MEDINA Rubio, R. y otros. Teoría de la educación social. Pág. 32.
14 ALTAREJOS, Francisco. Filosofía de la Educación. EUNSA. Pamplona. 2004, p. 197
15 Ibidem, p. 199
16 Cfr. Ibidem, p. 198
17 Ibidem, p. 199
18 GILSON. Étienne. El tomismo: Introducción a la filosofía de Santo Tomás de Aquino. Ediciones Universidad de Navarra. 4° Edición. Navarra. 2002, p. 316
19 ALTAREJOS, Francisco. Filosofía de la Educación, p. 197
20 Ibidem, p. 30
21 Ibídem, p. 31.

sábado, 30 de junio de 2012

¿Es posible Educar la Voluntad?


Araceli Jara Cotrina
Resumen
       La educación de la voluntad es una tarea ardua que implica paciencia y constancia tanto del que educa como del que es educado. Supone además, la intervención de unos elementos necesarios: la motivación, el esfuerzo y la práctica de algunas virtudes. Así, una persona con voluntad bien educada será eficaz y constante en querer el bien, tenaz frente a las dificultades, y capaz de gobernar y encauzar sus pasiones. En la educación de la voluntad también se hace necesaria la colaboración de los padres, especialmente en la niñez y adolescencia, hasta que poco a poco cada uno adquiera la responsabilidad de la auto-educación.
Palabras clave: educación, voluntad.

Abstract
The education of the will is an arduous task that implies patience and witness so much of the one that it educates like of the one that is polite. Besides, it supposes the intervention of a few necessary elements: the motivation, the effort and the practice of some virtues. In this way, a polite person will be effective and constant to do good thinks, tenacious to confront the difficulties, and capably of governing and channeling his passions. In the education of the will also the collaboration of the parents becomes necessary, specially in the childhood and adolescent; until that step by step each one acquires the responsibility of the auto-education.

Key words: education, will.

Introducción
En la sociedad actual, el “homo sapiens” -aquel que se rige por la inteligencia y la voluntad- está siendo superado por el “homo sentimentalis”. Esto es, el hombre que valora el sentimiento, los gustos, las sensaciones, los placeres, etc., por encima de la razón y la voluntad. En efecto, mientras la sociedad necesita con urgencia cimentar virtudes en sus vidas, paradójicamente se promueven corrientes de materialismo y hedonismo, que llevan a la persona a una vida cómoda y superficial dejando de lado el esfuerzo por alcanzar ideales.
Por otro lado, “la ley del mínimo esfuerzo”, que se concreta en la ausencia del sentido de responsabilidad, orden, constancia, etc., está superando a la educación de la voluntad y por tanto, se presenta un reto para todo educador y especialmente para el profesional de la enseñanza: ser capaz de educar la voluntad de los alumnos y enseñarles a optar por ideales grandes, que den sentido a sus vidas.

Educación
La educación se refiere siempre al hombre. Es un proceso humano que encierra necesariamente la orientación a un fin y este fin implica siempre una mejora, un perfeccionamiento. Todo ser humano busca y tiende a la perfección y la educación tiene por finalidad ayudar en el perfeccionamiento de la naturaleza humana; busca que cada educando se desarrolle plenamente y se integre positivamente en la realidad en la que vive. Educar es “desarrollar armónicamente todas las facultades específicamente humanas” (Morales.1987, p.40).
La educación en su raíz terminológica “implica tanto el cuidado y la conducción externa, como la necesaria transformación interior. Exige una influencia, que siempre provendrá del exterior, como un proceso de maduración, que sólo puede llevar a cabo el propio sujeto que se educa” (Medina. 2001, p.32).

La voluntad
Pero, ¿Qué es la voluntad? , ¿Es posible educarla? El ser humano no solo tiene una capacidad que le lleva a conocer y juzgar la verdad, sino que también quiere y elige aquello que conoce. Este objeto conocido y percibido por la inteligencia se denomina bien y es el objeto propio de la voluntad. Sin embargo, elegir el bien no es fácil, pues, aunque los entes son bienes en sí mismos (bienes ontológicos), algunos no son convenientes, es decir, no ayudan a perfeccionar a la persona sino que la deterioran. Por ello, a la elección de un bien precede el conocimiento de ese bien.
La voluntad es la facultad de querer el bien. Etimológicamente proviene del latín “voluntas-atis” que significa querer. Sin embargo, es preciso distinguir entre querer y desear, pues, muchas veces se utilizan como sinónimos. Tanto el desear como el querer se ponen en movimiento a partir de un conocimiento previo. Son actos distintos, el primero es sensible y el segundo es espiritual o intelectual y se dirigen al bien de manera distinta. El deseo tiende al bien sensible, percibido e imaginado, mientras que el querer tiene por objeto un bien inteligible.
La voluntad es "un apetito racional. (…) todo apetito es sólo del bien. La razón de esto es que un apetito no es otra cosa que la inclinación de quien desea hacia algo. Ahora bien, nada se inclina sino hacia lo que es semejante y conveniente. Por tanto, como toda cosa, en cuanto que es ente y sustancia, es un bien, es necesario que toda inclinación sea hacia el bien” (S. Th. I-II, q. 8 a. 1).
Si la voluntad se dirige siempre hacia el bien. Conviene, entonces conocer qué es el bien. El Diccionario de la Real Academia lo define como “aquello que en sí mismo tiene el complemento de la perfección en su propio género, o lo que es objeto de la voluntad, la cual ni se mueve ni puede moverse sino por el bien, sea verdadero o aprehendido falsamente como tal”. Lo que hace inferir que el bien es el objeto de la voluntad aunque nos equivoquemos eligiendo. Pues, nadie quiere o ama el mal, sino que lo elige en cuanto lo percibe como bien.
Para que la voluntad realice una buena elección del bien, se hace necesaria la intervención de la inteligencia. Pues, no se quiere lo que no se conoce. En consecuencia, la voluntad quiere lo que antes ha sido considerado por la inteligencia como bueno. Así lo menciona santo Tomás “lo aprehendido bajo razón de bien y de conveniente mueve a la voluntad como objeto” (S. Th. I-II, q. 9 a. 2).
Las potencias racionales, al ser enteramente espirituales, son las más susceptibles de educarse intrínsecamente, las demás potencias sirven para propiciar la formación de las espirituales, pues,  “hablando con rigor sólo a ellas le corresponde enteramente los hábitos y las virtudes, tomándolos en sentido completo y pleno. La educación intelectual versa sobre formación de virtudes intelectuales o teóricas de la inteligencia, y la educación moral es el campo de la formación de las virtudes éticas, morales o prácticas de la voluntad” (Altarejos. 2004, p. 199). Sin embargo, cabe destacar que siendo la inteligencia y la voluntad objeto de la enseñanza y núcleo decisivo de la educación humana, no son el primer referente de la acción educativa; pues las potencias superiores requieren un desarrollo proporcionado de las potencias inferiores para poder operar en plenitud (Altarejos. 2004, p. 199).
Así pues, no nos podemos olvidar que la  educación humana es integral, pues la persona es “una unidad en su ser; unidad que se opera mediante sus potencias que se articulan en su actuación” (Altarejos. 2004, p. 199). Por tanto, la formación humana abarca la dimensión: estética, afectiva, moral e intelectual, conectadas e integradas entre sí, sino, no cabe hablar de verdadera educación. “La educación debe cultivar al hombre en todas sus coordenadas sin excluir ninguna, abarcar todos sus meridianos, incluir todos sus paralelos” (Morales. 1985, p. 403),

Educación de la voluntad
Para educar la voluntad también se debe tener en cuenta que los actos de la inteligencia y de la voluntad –como se mencionaba en párrafos anteriores- están íntimamente relacionados. Por tanto, lo que se persigue es que el que aprende entienda y quiera a la vez lo que hace. Sin embargo, aun estando relacionados los actos de la inteligencia y de la voluntad, la educación de cada una se denomina de modo distinto: cuando se incide en la educación de la inteligencia, se denomina formación de hábitos intelectuales y cuando se incide en la voluntad, se denomina formación de virtudes, pues, difieren en el modo de adquirirlas.
Así, cuando se habla específicamente de educación de la voluntad lo que se pretende es ayudar a adquirir virtudes, y ésta “es la finalidad de la enseñanza en la medida que pretenda  ser educativa, pues a través de ellas el ser humano crece en la posesión de  sus actos, lo que constituye la médula de su perfeccionamiento personal. La formación de hábitos operativos buenos o virtudes con la ayuda de la enseñanza es la esencia de la educación; y siendo las virtudes perfec­ciones intrínsecas de las potencias humanas, la educación se realizará según la capacidad de actualización de éstas” (Altarejos. 2004, p. 197).
Una persona con voluntad bien educada será eficaz y constante en querer el bien, tenaz frente a las dificultades, y capaz de gobernar y encauzar sus pasiones. Allí radica su importancia. Pues, “a una voluntad constante nada se resiste. El tímido se hará decidido y audaz. El apático se convierte en activo. El carente de iniciativa y responsabilidad, aguzará su ingenio, intentará soluciones atrevidas” (Morales.1987, pp.242-243).
Y ¿Cómo educar la voluntad? Educar la voluntad no es una tarea fácil, pues, no solo depende de quien educa, sino también de quien es educado. Además, se trata de un proceso gradual y progresivo: “una voluntad recia no se consigue de la noche a la mañana. Hay que seguir una tabla de ejercicios para fortalecer los músculos de la voluntad, haciendo ejercicio repetidos y que supongan esfuerzo” (Aguiló. 2001, p. 130).
A continuación, se proponen cuatro principios que favorecen de modo eficaz en la educación de la voluntad:
La Mística de Exigencia: es planteada desde el interior del sujeto como una forma de hacer progresar al hombre en su proyecto como persona. Se pretende que el joven desarrolle aquellos valores profundos que lleva dentro, impulsándole siempre de acuerdo a su capacidad hacia lo máximo. Se caracteriza por ser razonada, flexible y amorosa. “Si al joven se exige poco, no da nada. Si se le exige mucho, da más”.
El Espíritu Combativo: es la actitud interior de lucha consigo mismo, para no dejarse vencer por el mal e ir tras el bien. Esto supone esfuerzo constante para vencer las dificultades y alcanzar pequeñas victorias sobre las pasiones; implica, también, aprender a perder el miedo al fracaso, pues, lo esencial no es la victoria sino la lucha tenaz. Ayuda el siguiente lema: “si no avanzo, retrocedo”.
El Cultivo de la Reflexión: tiene por finalidad enseñar a pensar con profundidad; no  se trata solo de transmitir conocimientos, por eso se estimula al educando a descubrir la verdad de las cosas por sí mismo. Tiene tres fases: observar (ver), enjuiciar (juzgar) y actuar (transformar la realidad). La reflexión sólo nace y se mece en la cuna del silencio.
La Escuela de Constancia: este es el principio que directamente incide en la educación de la voluntad, en la capacidad para querer el bien. Consiste en tomar una determinación e ir tras ella sin interrumpirla. Se logra: queriendo pocas cosas, siendo concientes del esfuerzo que supone toda meta por pequeña que sea, teniendo paciencia para ir poco a poco y con confianza en uno mismo. Esto es posible, cuando se es capaz de: “No cansarse nunca de estar empezando siempre”.
Para que estos principios sean eficaces es necesario que se den interconectados, de lo contrario se puede perder su significado educativo.
Existen, además, unos elementos que ayudan o favorecen la educación la voluntad; estos son: la motivación, el esfuerzo y la práctica de virtudes (especialmente la fortaleza, constancia, prudencia, templanza, orden, tenacidad, entre otras).
Así pues, el querer de la voluntad es un querer motivado, o impulsado por un interés o motivo. Todo aquello que desde nuestro interior nos mueve a hacer, a pensar, a decidir, esta movido por una motivación que puede ser intrínseca, extrínseca o trascendental. Por tanto la voluntad necesita razones para adherirse a un determinado bien.
La motivación está constituida por todos los factores capaces de provocar, mantener y dirigir la conducta hacia un objetivo. En tal sentido, “los agentes motivadores son los que ponen en marcha la voluntad y la hacen realidad, fácil, bien dispuesta; capaz de superar las dificultades, frenos y cansancios propios de ese esfuerzo. Motivación, por tanto, es ver la meta como algo grande y positivo que podemos conseguir (Rojas. 1996, p.20).
Los grandes proyectos y empresas se logran con mucha dosis de motivación y esfuerzo. “Estar motivado significa tener una representación anticipada de la meta, lo cual arrastra a la acción. De ahí emerge buena parte del proyecto personal que cada uno debemos tener” (Rojas. 1996, p.22). Así pues, una fuerte y clara motivación es el mejor punto de partida para educar la voluntad. Aunque, al principio, el camino sea siempre áspero y costoso.
La motivación es esencial, también, en el proyecto personal, hace que “sea argumental, que tenga un carácter programático, elaborado por una sucesión de pequeñas superaciones, sobre las que la voluntad se va fortaleciendo, acrisolándose, haciéndose madura. El individuo con este tipo de voluntad sabe lo que quiere y pone de su parte lo necesario para ir poco a poco consiguiéndolo” (Rojas. 1996, p.29).
Por otro lado, cabe considerar que “una voluntad reflexiva, decidida, enérgica y constante sólo la transmite el educador que la posea. No podrá adquirirla ni, por lo tanto, transmitirla a otros, si no clava sus ojos en un gran ideal. Las pequeñas, pero constantes renuncias son el precio que hay que pagar para alcanzar una voluntad adornada con esas cualidades. No pueden hacerse esas renuncias con continuidad sin un gran amor, un gran ideal” (Morales, 1985, p. 415).
El segundo elemento que no debe faltar en la educación de la voluntad es el esfuerzo. Éste es “el impulso vigoroso y definitivo que hace posible al hombre convertir en realidad sus proyectos” (Tierno. 1994, p. 103). Una persona que se esfuerza mejora, se perfecciona cada vez más. Es capaz de afrontar la vida con sus dificultades tratando de resolverlas aunque le cueste sacrificio grande o pequeño. Esforzarse por hacer lo mejor aunque algunas veces no se consiga lo que nos proponemos, implica una gran capacidad de aceptación. No cabe duda, pues, que el esfuerzo es un elemento importantísimo en la educación de la voluntad. Pues, una persona con voluntad es aquella que a base de esfuerzo y de tenacidad, consigue siempre lo que se propone si sus objetivos son realistas.
El esfuerzo es muy importante, pero, ¿por qué nos esforzamos? Esforzarse por esforzarse no tiene sentido, nos esforzamos por algo que vale la pena, cuando encontramos impedimentos para lograr nuestros objetivos; “nos esforzamos en definitiva, ante valores descubiertos, en proceso de interiorización” en la interiorización de un valor se distinguen cinco etapas: 1° descubrirlo, 2° aceptarlo, 3° preferirlo, 4° comprometerse con él, 5° organizar la vida en función de ese valor. (Otero, 2002, p. 53).  Estas etapas, se dan en todos los valores que interiorizamos los cuales nos ayudan a crecer como personas y a perfeccionarnos.
Tierno (1994, p. 105), sugiere unas pautas para lograr una fuerte voluntad: Primero, formular el propósito de forma positiva y no emplear expresiones como “lo intentaré”, sino “voy a hacer tal cosa AHORA, y hacerla, sin más”. Segundo, fijarse objetivos y propósitos posibles y medibles, evaluando en qué medida lo hacemos realidad. Tercero, tener claro que tú eres el único responsable; no culpes a otros. Cuarto, ayúdate con ejemplos vivos de fuerte voluntad. Y quinto, felicítate, prémiate, concédete recompensas tras cada logro, tras cada esfuerzo y acto de voluntad.
La voluntad es educada básicamente en el seno de la familia. Los valores se adquieren en la convivencia familiar. “Los padres han pasado a ser los protagonistas de la formación de sus hijos” (Corominas, 2004, p. 16).
Es importante, que los padres eduquen en el esfuerzo, enseñando sobre todo a luchar y no siempre a triunfar, primero consigo mismo y luego con las dificultades exteriores. Pues, como dice Martín Descalzo “No es grande el que triunfa, sino el que jamás se desalienta” (Tierno. 1994, p. 108). En consecuencia, “al ser humano desde niño se le debe enseñar y convencer de que ha nacido para triunfar, para progresar; que está organizado y bien capacitado para el éxito, para vencer, pero la primera victoria la ha de librar consigo mismo” (Tierno. 1994, p. 112). Por tanto, la voluntad crece con el ejercicio de las virtudes; es decir, con la repetición de hábitos operativos buenos.
Conclusión
Finalmente, respondiendo a la pregunta inicial se puede decir que si es posible educar la voluntad. Sin embargo, no es una tarea fácil, implica  determinación, firmeza en los propósitos, solidez en las pequeñas metas, no desanimarse ante las dificultades, teniendo en cuenta que  todo lo grande exige renuncia; todo esto requiere una paciencia infinita del estudiante así como del educador, pues, la educación de la voluntad dura toda la vida.  Por otro lado, se debe considerar también, la personalidad propia de cada educando –no todos responden al mismo ritmo-; por tanto, los cambios se van dando en función de la persona a quien se educa. En la educación de la voluntad también se hace necesaria la colaboración de los padres, especialmente en la niñez y adolescencia, hasta que poco a poco cada uno adquiera la responsabilidad de la auto-educación.


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Ø      Aguiló, A. (2001) Educar el carácter (6° Ed.) Madrid: Editorial ediciones Palabra.
Ø      Aquino, T. (2001). Suma Teológica. Volumen II, Parte I-II (4° Ed.) Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos (BAC).
Ø      Altarejos, F.; Naval, C. (2004) Filosofía de la Educación. (2° Ed.) Pamplona: Ediciones Universidad de Navarra. 
Ø      Castillo, G (2000) Hacia el conocimiento de uno mismo: Apuntes de Antropología Filosófica. Piura: Universidad de Piura.
Ø      Corominas, F. (2004) Cómo educar la voluntad (10° Ed.) Madrid: Editorial ediciones Palabra.
Ø      Medina, R.; García, L.; Ruiz, M. (2001) Teoría de la educación social. Madrid: UNED.
Ø      Morales, T. (1985) Hora de los Laicos. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos (BAC).
Ø      Morales, T. (1971) Forja de Hombres. (4ª ed.) Madrid: Ediciones Cruzadas de Santa María.
Ø      Otero, O. (2002) Educar la voluntad, (2° Ed.). Madrid: Editorial ediciones internacionales universitarias, S. A.
Ø      Real Academia Española (1996) Diccionario de la Lengua Española. (21ª ed.). Madrid: Editorial Espasa Calpe, S.A.
Ø      Rojas, E. (1996) la conquista de la voluntad: Cómo conseguir lo que te has propuesto. (4ª ed.). Madrid: Editorial Temas de Hoy.
Ø      Tierno, B. (1994) Valores Humanos. Volumen III. (4° Ed.). Madrid: Editorial: Taller de Editores.