martes, 7 de octubre de 2014

POSTURA ANTROPOLÓGICA
DE LAS CORRIENTES ACTUALES EN BIOÉTICA

Araceli Jara Cotrina

El inicio de la época moderna se ha caracterizado por la revolución científica. Es decir, por los nuevos avances científicos, que haciendo uso de un nuevo método ha dado lugar a la llamada “nueva ciencia”. Junto a este contexto histórico se produce también un gran cambio en el orden del pensamiento, se pierde la visión de unidad sustancial en el ser humano y se le concibe como una realidad dual que posee solo unidad accidental, esta postura antropológica traerá como consecuencia múltiples reduccionismos en torno a la persona humana.
En la actualidad el mundo presenta una serie de cambios profundos que están transformando la vida de la humanidad. Estos cambios son producto de la ciencia y la tecnología que influyen poderosamente en la vida del hombre. Por un lado, la ciencia es un cuerpo de conocimiento organizado y sistematizado acerca del universo, en el que también nos incluimos. Sin embargo, el hombre que hace ciencia, no se queda solo en escudriñar el universo, sino que ejercita su extraordinaria habilidad para usar y aplicar su conocimiento en sus múltiples propósitos que pueden alteran y afectar su propia forma de vivir. Por su parte, la tecnología que se relaciona con los propósitos del ser humano, sus aspiraciones y sus valores; es un signo de expresión de la creatividad humana que le ofrece posibilidades de crecimiento. Sin embargo, también abre paso a una serie de responsabilidades de tipo moral, pues, no siempre es bueno ni moral todo crecimiento tecnológico, de allí la importancia de una formación ética para el buen uso de la ciencia y de la tecnología.
En la constitución Pastoral Gaudium et Spes Nº 4, del Concilio Vaticano II, se lee lo siguiente:
El género humano se halla hoy en un período nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados, que progresivamente se extienden al mundo entero. Los provoca el hombre con su inteligencia y su dinamismo creador, pero recaen sobre el hombre, sobre sus juicios y deseos individuales y colectivos, sobre sus modos de pensar y sobre su comportamiento para con las realidades y los hombres con los que vive.

Así pues, el progreso humano, la ciencia y la tecnología, han traído múltiples beneficios a la humanidad. Sin embargo, “la ciencia, aunque es generosa, da sólo lo que puede dar. El hombre no puede poner en la ciencia y en la tecnología una confianza tan radical e incondicional como para creer que el progreso de la ciencia y la tecnología puede explicarlo to­do y satisfacer plenamente todas sus necesidades existenciales y espirituales” (Benedicto XVI). Por ello, la ciencia debe estar al servicio del hombre, es un medio para el desarrollo de la sociedad en su conjunto, más no un fin.

Los avances científicos y tecnológicos han contribuido al nacimiento y desarrollo de la bioética y ha generado también un pluralismo de corrientes con distinta fundamentación filosófica y antropológica. En esta oportunidad haré un análisis de las corrientes bioéticas del modelo subjetivista o liberal-radical y del modelo pragmático-utilitarista, enfatizando principalmente en la visión de persona que tiene cada una, pues, la vida que llevemos necesariamente dependerá de la concepción de persona humana que tengamos.

El modelo de bioética subjetivista o liberal-radical, sostiene que “la moral no se puede fundamentar ni en los hechos, ni en los valores objetivos o trascendentes, sino sólo en la “opción” autónoma del sujeto”[1]. Este tipo de corriente tiene como fundamento la voluntad del sujeto y como tal, la referencia ética como principio rector será la libertad, tanto en la proposición de valores como en sus principios y normas de actuar. Esta libertad tiene como único límite la libertad ajena (siempre que éste pueda hacerla valer), por tanto, “es lícito lo que se quiere y acepta como libremente querido y que no lesiona la libertad ajena”[2]. Se trata pues, de una libertad sin finalidad o contenido, que hace y deshace a su antojo y donde, junto a ella, no existe una naturaleza humana sino más bien un material sobre el cual trabaja la libertad, dotando de esencia al existir concreto de cada hombre.

De esta postura bioética se derivan algunas consecuencias nefastas para la praxis biomédica, por ejemplo: dado que la libertad está fundada en la autonomía plena de la persona, se puede investigar y experimentar con humanos sin ningún otro criterio y limitante más que la del investigador, se podrá tener opción a elegir el sexo del nuevo concebido y también del adulto si así lo desea, quedaría justificado todo tipo de aborto solo por el deseo imperante de la mujer, se podrá decidir sobre el momento de la muerte, etc. Este tipo de libertad no implica responsabilidad, por tanto, no se puede llamar propiamente libertad.

Por su parte, el modelo pragmático-utilitarista, hunde sus raíces en el empirismo y materialismo de Bentham y Stuart Mill y tiene como denominador común “el rechazo de la metafísica y la desconfianza respecto del pensamiento de poder alcanzar una verdad universal y, por tanto, una norma válida en el plano moral”[3]. El principio bajo el cual se rige sus valoraciones morales es “el del cálculo de las consecuencias de la acción con base en la relación costo/beneficio”[4]. Se considera que es bueno aquello que produce el mayor bienestar y beneficio para el mayor número de personas, para ello se realiza un cálculo costo-beneficio y el resultado práctico es lo que se decide. Bajo este enfoque, las decisiones éticas tienen que ver con "la utilidad" que reportan­­ para la persona, la institución o para la sociedad. ­­­­
Muy en consonancia con este tipo de filosofía moral, está la postura de Peter Singer[5] quien propone una reflexión moral dirigida de modo inmediato al bienestar de la humanidad. Según Singer para ser persona se requiere la capacidad de la conciencia. Por lo tanto, es considerado persona sólo aquel que es capaz de realizar actos de razón. Aparece aquí una distinción entre persona y ser humano. En consecuencia, no serán considerados personas todo aquel que no tenga en ejercicio de su facultad intelectiva como: el embrión, el feto, el individuo en estado coma, los enfermos con grave discapacidad, etc. Esta concepción antropológica, seguida de un razonamiento meramente pragmático, hace que la posición de Singer derive hacia posiciones liberales en las que está permitida la eugenesia, la eutanasia, el aborto, entre otros.

Haciendo un análisis de estas corrientes bioéticas, se puede identificar que se trata de un reduccionismo antropológico en el que no hay un fundamento ontológico ni de la persona ni de su dignidad, se la reduce solo a una de las características de su ser personal: la libertad; cuando en realidad la persona posee una riqueza interior tan amplia e incluso misteriosa, que aún queda mucho por conocer.

Cabe señalar que la libertad en el ser humano tiene cuatro dimensiones o sentidos: por un lado, está la libertad denominada interior o constitutiva del ser humano (llamada también fundamental, consiste en la apertura que tiene el hombre a la realidad: a la belleza, al bien y a la verdad, gracias a la apertura infinita del entendimiento y voluntad humana a todo lo real; existe una tendencia natural del hombre a conocer la verdad y a amar el bien); en segundo lugar, está la libertad de arbitrio o de elección (es la capacidad de autodeterminación del hombre según unos fines previamente elegidos por él mismo. Es la capacidad que todos tenemos de elegir o no, esto o aquello); hay una tercera denominada libertad moral (este sentido de libertad está referida a la dimensión ética y perfeccionamiento de la persona mediante los hábitos o virtudes morales. Con las virtudes («hábitos operativos buenos») crece la capacidad operativa de la persona, mientras que los vicios («hábitos operativos malos») entorpecen la auténtica realización personal); y finalmente, la libertad social o libertad política (se trata de la capacidad de intervenir en la vida social y política sin prohibiciones, de tal modo que el hombre sea capaz de crear un orden social justo y humano). Este último sentido de la libertad se trata con más detenimiento en la Filosofía social y política.

La mayor parte de los reduccionismos de la persona humana en torno a la libertad, está relacionada con la exaltación de la segunda dimensión de la libertad, la libertad de elección. Tal patología es presentada por ideologías como el relativismo, el individualismo y el permisivismo moral.

Con mucha frecuencia la acepción más común de la palabra «libertad» suele reducirse a la capacidad de elegir entre varias opciones que se presentan y se pone en juego continuamente en la vida cotidiana en cuestiones triviales. Es verdad que algunas veces la elección implica una toma de postura verdaderamente decisiva para nuestra vida; en este sentido, “la libertad podría definirse como una propiedad de la voluntad en virtud de la cual ésta se autodetermina hacia algo que la inteligencia le presenta como bueno”[6]. De esta manera, se entiende que la libertad, más que la mera capacidad de elegir, es la capacidad de autodeterminarse al bien. Por eso, el concepto de «autodeterminación» hacia el bien es lo más característico de la libertad de elección.

Cuando elijo, no se trata tan solo de dar un mismo valor a todas las opciones que tengo considerando si me es beneficioso o no, sino, de considerar si lo que estoy eligiendo es lo mejor y lo que más me perfecciona y plenifica como persona.
La libertad humana además, hay que entenderla en consonancia con la dignidad. Es verdad que la libertad es una nota característica de la persona humana, sin embargo, se trata de una libertad en la que el hombre es dueño de sus propios actos, y dado que es un ser indeterminado (no acabado e imperfecto, pues, todo lo aprende) se va determinando a  través de sus acciones libremente asumidas, no es solo lo dado (lo subsistente), sino también lo que “todavía” no es, es decir, lo que puede llegar a ser cuando despliegue existencialmente su libertad.
La libertad necesariamente está ligada a la dignidad. El hombre es digno porque es libre. Así lo han fundamentado varios autores como Kant, Tomás de Aquino, Pico della Mirandola, Millan-Puelles, etc.
Es Kant, quien sostiene que “la humanidad misma es una dignidad, porque el hombre no puede ser tratado por ningún hombre (ni por otro, ni siquiera por sí mismo) como un simple medio, sino siempre, a la vez, como un fin, y en ello precisamente estriba su dignidad (la personalidad)”[7]. Para Kant, ser digno equivale a ser libre (ser fin en sí mismo) puesto que la libertad, en último término, es aquello en virtud de lo cual se destaca sobre los demás seres creados. La autoposesión libre es el particular valor intrínseco de la persona humana, de tal modo que no puede ser tratado nunca como un medio, sino como fin. De ahí que la persona no tenga precio sino dignidad.

La dignidad personal descansa en un valor ontológico, que es connatural a la persona. Nace del valor intrínseco de la persona, de quién proceden los deberes y derechos naturales y que se reconoce porque es previa a todo reconocimiento jurídico. No se basa en un acuerdo o consenso entre los hombres. 

La dignidad humana se fundamenta en lo que el hombre «es», es decir, en su modo de ser, lo cual indica, que tiene una esencia específica (una naturaleza humana). Por tanto, la persona humana es digna por el simple hecho de ser un individuo de la especie humana. La dignidad humana como tal, no es un logro, ni una conquista, sino una verdad del modo de ser humano; lo que sí se puede conquistar es el re-conocimiento por parte de la sociedad del valor y dignidad de la persona humana. En tal sentido, “La dignidad tiene que ver más con la interioridad de la persona que con los resultados que obtenga; con la singularidad ontológica irrepetible, que la caracteriza, que con el alto nivel de calidad de vida que pueda obtener, por muy elevado que éste sea”. 

Esta dignidad, calificada como “ontológica o constitutiva, que pertenece a todo hombre por el hecho de serlo se halla indisolublemente ligada a su naturaleza racional y libre. Desde este punto de vista, todos los hombres, incluso, hasta el más depravado tienen estricto derecho a ser tratados como persona. La dignidad ontológica, nunca se pierde.
A modo de conclusión, cabe afirmar que todo principio ético debe considerar como su primer fundamento la dignidad ontológica de toda persona humana. Este principio nunca puede ser vulnerado.

Referencias Bibliográficas
Documentos del Vaticano II. Gaudium et Spes. 43ª Ed. España: Biblioteca de Autores Cristianos; 1991. 
GARCÍA José. Antropología Filosófica: una introducción a la filosofía del hombre. 2ª Ed. Pamplona; Ediciones universidad de Navarra, S. A; 2003. 
MELENDO, Tomás. Dimensiones de la Persona. 2ª Ed. Madrid: Palabra; 2001.
SGRECCIA Elio. Manual de Bioética, I: Fundamentos y ética biomédica, Ed. Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid. 2009.





[1] SGRECCIA, Elio. Manual de Bioética I: Fundamentos y ética biomédica. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos; 2009. p. 63.
[2] Cfr. SGRECCIA, Elio. Op. Cit., p. 63.
[3] Cfr. SGRECCIA, Elio. Op. Cit., p. 65.
[4] Cfr. SGRECCIA, Elio. Op. Cit., p. 65.
[5] Filósofo utilitarista judío australiano, fundador y difusor de la denominada ética práctica.
[6] GARCÍA José. Antropología Filosófica: una introducción a la filosofía del hombre. 2ª Ed. Pamplona; Ediciones universidad de Navarra, S. A; 2003.  P.156.
[7] Cfr. GARCÍA, José. Op. Cit., p. 65.
En torno al “aborto terapéutico” en el Perú
(Opinión y comentario)

Araceli Jara Cotrina


El 27 de junio de 2014 se aprobó en el Perú la “Guía Técnica Nacional para la estandarización del procedimiento de la Atención Integral de la gestante en la Interrupción Voluntaria por Indicación Terapéutica del Embarazo menor de 22 semanas con consentimiento informado en el marco de lo dispuesto en el artículo 119º del Código Penal”. Ésta guía tiene por objetivo estandarizar los procedimientos para hacer efectivo el aborto terapéutico.

Ante tal situación, es preciso conocer e informarse bien sobre ¿En qué consiste el aborto terapéutico? ¿Es necesario estandarizar los procedimientos? ¿Se busca salvaguardar la vida de la gestante y del concebido? ¿Es éticamente lícito el aborto terapéutico? Y por tanto, procuraré dar respuesta a estas interrogantes.

¿Qué se entiende por aborto terapéutico?
Ante todo, es conveniente aclarar que la denominación “aborto terapéutico” tiene un uso inapropiado, porque no se trata de una terapia, sino por el contrario se trata de un aborto directo y voluntario con la finalidad de salvar la vida de la madre.

Elio Sgreccia menciona que uno de los principios terapéuticos es “que la intervención médico-quirúrgica busque directamente curar o eliminar la parte enferma del cuerpo”. En el caso del aborto terapéutico, en cambio, “no se trata de actuar sobre la enfermedad, sino que más bien se piensa en la supresión del feto para evitar que se agrave la salud o el peligro de la vida de la madre” (2009, pág. 564). Consecuentemente, en este mal llamado aborto terapéutico muchas veces se actúa sobre lo que está sano (el feto) para prevenir una enfermedad o salvar la vida de la madre.

 Del mismo modo, Elio Sgreccia (2009, pág. 564) propone utilizar el término “interrupción del embarazo” en lugar de “aborto terapéutico” por ser más apropiado a la acción que se realiza.

Por otro lado, conviene diferenciar el aborto terapéutico del aborto indirecto. El aborto indirecto no es un aborto propiamente dicho porque no es directamente provocado. Se trata del caso en el que la vida de la madre gestante corre peligro de muerte inminente, y la situación es tal, que el médico debe intervenir para salvarla -pues, ya no es posible esperar a que la vida del feto sea viable fuera del útero con la tecnología disponible- de no intervenir podrían morir tanto la madre como el bebé. En este caso, al médico no le queda otra alternativa; si la hubiera, tendría que recurrir a ella.

En este caso se consideran valiosas las dos vidas y por tanto, el criterio es procurar salvar la vida de los dos a través de procedimientos adecuados. La muerte del bebé no es querida ni provocada se produce de modo indirecto. A este tipo de acción en ética se denominada “acciones con doble efecto” uno bueno (que es el querido por el agente de la acción) y otro malo (que no es querido directamente sino permitido como consecuencia del anterior).

El problema es que muchas veces se ha utilizado el término “aborto terapéutico” como sinónimo de “aborto indirecto” y esto ha producido usos inapropiados que incluso ha favorecido la legalización de cualquier tipo de aborto en algunos países y Perú no estaría lejos de esa situación con la aprobación de esta “guía técnica…”.

Es verdad que en el Perú el aborto está considerado un delito y por tanto, está penado. Esto está contemplado en el código penal en los artículos 114 hasta el 120; con la excepción del artículo 119 que hace referencia al aborto terapéutico y en el que se menciona lo siguiente: No es punible el aborto practicado por un médico con el consentimiento de la mujer embarazada o de su representante legal, si lo tuviere, cuando es el único medio para salvar la vida de la gestante o para evitar en su salud un mal grave y permanente”. Lo que significa que este es el único caso en que el aborto es despenalizado (se considera un delito pero no tiene sanción).

Y es justamente por ello, que se ha creado y aprobado una “guía técnica…” que favorezca la práctica del aborto, denominándolo “terapéutico” y que resulte aceptable por la mayoría. Considero que se trata de una estrategia muy sutil que puede sentar las bases para la legalización del aborto en nuestro país.

Y ¿Es necesario estandarizar los procedimientos del aborto terapéutico?
 Realmente resulta sorprendente la lista de situaciones que propone esta “guía técnica…” en las cuales debe practicarse el “aborto terapéutico”. Ante ello, cabe mencionar algunas observaciones[1]:
- Actualmente la ciencia ha avanzado mucho para bien y para mal (cuando no se hace buen uso). Por lo que algunas condiciones orgánicas que afectan o complican el embarazo pueden ser controladas reduciendo cada vez más los riesgos para la vida o salud de la madre.
- La interrupción voluntaria del embarazo no es la alternativa adecuada porque no representa una mejoría sustancial. Por eso, la interrupción del embarazo no se justifica medicamente.
- Es verdad que se presentan condiciones en que el agravamiento es real, pero, puede ser tratado con medio terapéuticos diversos de la interrupción (la diálisis periódica, en los embarazos afectados de insuficiencia renal grave; la cardiocirugía, en mujeres con defectos cardíacos, etc.).
Esgreccia, nos dice que “la verdadera terapia, la única terapia lícita, es la que elimina directamente la enfermedad sin perjudicar la vida del feto” (2009. Pág. 566). Los avances de la ciencia biomédica y la asistencia médica pueden favorecerlo.

¿Se busca salvaguardar la vida de la gestante y del concebido?
En el numeral 6 del protocolo dice: “…es una alternativa que se considera cuando es el único medio para salvar la vida de la gestante o para evitar en su salud un mal grave o permanente”[2].

Está claro, que se propone el “aborto terapéutico” con dos finalidades: la primera, como único medio para salvar la vida de la madre. Pues, la continuación del embarazo podría causar la muerte de ambos o la muerte de la madre. Y la segunda, proteger la salud de la madre. Pues, la continuidad del embarazo puede provocar un daño o agravamiento a la salud de la madre y por tanto representa un riesgo mortal para su vida.

Es ambigua la frase: “proteger la salud de la madre”. No queda claro a qué tipo de salud se refiere, por lo que la interpretación quedaría libre y amplia. Puede tratarse de la salud física, psicológica, emocional. Por tanto, de modo muy silencioso se estaría abriendo puerta al aborto por violación y también al aborto eugenésico (por mal formación o enfermedad del feto) pues tanto uno como el otro alterarían la “salud” de la madre.

Resulta igual de ambiguo, el punto 11 en el que se menciona: “Cualquier otra patología materna que ponga en riesgo la vida de la gestante o genere en su salud un mal grave y permanente, debidamente fundamentada por la Junta Médica”
Cómo se podría interpretar “cualquier otra patología… debidamente fundamentada por la junta médica”. Con esta directriz se podría justificar la despenalización del aborto por cualquier motivación como también la práctica del aborto de manera más formal, porque sería fácil justificarlo y entonces el aborto dejaría de ser clandestino.

También, resulta peligroso -a mi parecer- que solo personal médico[3] tenga la autoridad o potestad de permitir que se haga efectivo o no dicho aborto. Nada se dice de los comités de ética ni tampoco de la objeción de conciencia si al caso alguno de los médicos lo considere necesario.

 Por otro lado, quisiera llamar a la reflexión en torno a lo siguiente: ¿solo importa la vida de la madre? la vida del concebido ¿no tiene relevancia? ¿Qué diferencia existe entre la vida de madre y la del bebé? ¿Acaso la vida de la madre no empezó por la de un embrión?

Finalmente ¿Es éticamente lícito el aborto terapéutico?

Elio Sgreccia (2009. Págs. 567-568), propone algunas indicaciones de carácter ético-racional con una visión personalista del ser humano.

- En primer lugar, se debe considerar que la persona humana es el valor máximo en el mundo y trasciende cualquier otro bien temporal y cualquier consideración económica. Por tanto, las autoridades públicas y la comunidad deben tomar en consideración las razones que se refieren a las motivaciones económicas en el sentido de que hay que adecuar la economía a la persona y no sacrificar la persona a la economía. La persona es bien también social, por tanto, la sociedad tiene obligación de defenderla y promoverla.

- En segundo lugar, no se puede subordinar al motivo llamado “social” (número de hijos, compromisos educativos, etc.) el valor personal, ni siquiera de una persona en particular. La persona es el fundamento de la sociedad. No cabe hacer comparación entre la persona particular y la sociedad en su conjunto, porque el valor-persona no es numérico y cuantitativo sino ontológico y cualitativo. Por esta razón quien autoriza directamente dar muerte a un inocente lesiona el valor en que se funda toda la sociedad y cada una de las personas.

- Tercero, aunque la vida física, de la que aquí se trata, no represente la totalidad de los valores de la persona, representa el fundamento primero e indispensable de todos los demás valores personales. Por esto la supresión de la vida física del nasciturus mediante el aborto, aunque sea “terapéutico” equivale a la supresión total de todos los valores temporales que en la vida física se fundamentan necesariamente.

- Cuarto, aquí se está invocando abusivamente el principio “terapéutico”, extrapolándolo, no solo porque con mucha frecuencia no se analizan las posibles alternativas que existen a la supresión del feto, sino también porque la finalidad terapéutica es indirecta y pasa por la supresión de ese bien supremo que es la vida.

Por esto, en la confrontación entre salud de la madre y vida del feto, tal comparación está desequilibrada y trastornada; y, en todo caso, la vida del nasciturus no puede ser instrumentalizada en pro de la salud de la madre. También habría que tener presente que la maternidad en sí supone un riesgo, como cualquier otra tarea en la vida, para la propia salud.

- Quinto, la obligación ética de la sociedad, de la ciencia y de cada uno en particular, dispone que nos comprometamos en prevenir con medios legítimos y lícitos las situaciones de riesgo y deterioro de la salud en las gestantes, para garantizar la mejor asistencia hospitalaria y tecnológica a las parturientas, esto es, para orientar la política sanitaria en apoyo de la vida, y no en suprimirla con tanta facilidad. La ciencia es para la vida, la sociedad es para la persona: este es el compromiso ético fundamental.

Quisiera indicar que es deber del médico mantener la vida de la madre como la del niño y proporcionar todos los medios terapéuticos para que ambos se salven. Entre estos medios no existe el de dar muerte directamente, que no es ni un acto médico ni ético.



[1] Estas observaciones están tomadas del Manual de Bioética de Elio Sgreccia, aunque no literalmente.
[2] Esta intencionalidad también se menciona en el numeral 4 y 5.
[3] La Junta Médica estará conformada por 3 profesionales médicos/as asistenciales, debiendo contar por lo menos con un/a Gineco obstetra quien la presidirá y dos médicos/as cirujanos, uno/a de ellos especialista o médico/a relacionado con la patología de fondo que afecta a la gestante.

miércoles, 27 de febrero de 2013


ÉTICA O MORAL: LA CUESTIÓN DEL NOMBRE

Araceli Jara Cotrina

Según la GER, Ética deriva del término griego ethos[1] que significa “costumbre” “modo habitual de obrar”; y el término Moral proviene  de la expresión latina moralis, que derivaba de mos (en plural mores) y significaba costumbre. Con la palabra moralis, los romanos recogían el sentido griego de êthos (las costumbres también se alcanzan a partir de una repetición de actos).

Así, en la etimología, hay poca diferencia entre ética y moral; una y otra hacen referencia a una realidad parecida. Es por ello, que algunas veces ética se utiliza como sinónimo de lo moral, a veces connotando más dimensiones religiosas como por ejemplo filosofía moral o ética cristiana.
La ética es parte de la filosofía, por eso se le llama moral filosófica o moral natural. Considera concepciones de fondo, principios, normas y valores que orientan a personas y sociedades. Una persona es ética cuando se orienta por principios y convicciones universales u objetivas.  La moral forma parte de la vida concreta. Trata de la práctica real de las personas que se expresan por costumbres, hábitos y valores aceptados.
La Ética como sustantivo se reserva para la ciencia que se refiere al estudio filosófico de la acción y conducta humana considerada en su conformidad o disconformidad con la recta razón”[2]. La noción de moralidad responde a un conocimiento y convicción espontáneos de la diferencia objetiva entre el bien y el mal, y de la posibilidad del hombre de elegir entre ambos. La moralidad es una dimensión propia del obrar de criatura racional y libre, que resulta de su ordenación al fin último que Dios mismo a impuesto a toda la creación y que el hombre es capaz de conocer y moverse por sí mismo a alcanzar. Y por ello, se puede decir que la ética estudia lo moral; y aunque son distinguibles, las dos se complementan.
Otra distinción de estos términos, nos lo da Rodríguez Lozano en un libro titulado “ética”, en el cual, expresa que ética es la ciencia que estudia el “cómo debe ser” de la persona humana y ello se expresa mediante el lenguaje prescriptivo (que prescribe o recomienda) y valorativo que es el que conduce a evaluar una conducta de acuerdo con unos criterios. La aplicación - de estos criterios - se efectuara como norma, obligación o llamado de conciencia (lenguaje prescriptivo). De esta manera según el autor la moral es referida a la conducta del hombre que obedece a unos criterios valorativos a cerca del bien y del mal; y la ética estudia la reflexión de tales criterios, así como todo lo referente a la moralidad.
Pero cuando hablamos de ética filosófica y moral o ética cristiana aquí si cabe hacer distinción: porque cada una tiene un método y fin al que se dirigen.
Ciencia
Método
Fin
Ética Filosófica
razón
La felicidad o perfección del hombre en su existencia terrena.
Ética cristiana
Razón y fe (argumenta a partir de datos que le ofrece la revelación, especialmente la vida y enseñanza de Jesús)
La felicidad o perfección sobrenatural y ésta se encuentra en Dios
Sin embargo Miguel Giusti[3] nos habla de estos términos como una disputa filosófica, cuyas consecuencias las vivimos hoy.
Giusti define a la ética como una disciplina filosófica, que se ocupa del “deber ser”, que procura brindar pautas normativas para la acción. Se diferencia de otras ciencias (derecho, economía, psicología, etc.) en que ella tematiza valores universales, mientras que las otras ciencias se resisten a interferir en enunciados valorativos.
Desde sus inicios la filosofía ha considerado al problema ético (problema del bien, de la vida buena o de la felicidad) como una de sus preocupaciones centrales; pero este problema se agudiza en la edad moderna con el programa de la ilustración. Es en la modernidad, donde se utiliza el término “moralidad” para designar la fundamentación moderna de la ética. Y el término “eticidad” para referirse al modelo aristotélico.
Así pues si se quiere hablar de diferencia entre ética y moral, se puede decir que es fundamentalmente histórica, ya que en la etimología son sinónimas, una y otra en cuanto disciplinas filosóficas, se proponen brindar una fundamentación racional de dichas costumbres.
Ante el problema suscitado en la modernidad cabe preguntarse lo siguiente: ¿porqué en la época moderna ya no se habla de ética si no de moral? En la época moderna, como consecuencia del programa de la autofundamentación de la razón, aparece un pluralismo ético; y en este contexto muchos conceptos cambiaron de significado, ya no significan lo que significaban antes. De ahí que en la modernidad ya no se utilice el término ética (que tiene una estructura teleológica = estudio de los fines) y se cambie por moralidad (que hace referencia a la moralidad de los actos humanos, teniendo como punto de partida la autosuficiencia de la razón), es por ello que estos términos siempre van ha ser excluyentes (diferentes) desde el punto de vista histórico (diferencia histórica, referida en párrafos anteriores).
De igual manera sucede con los términos “valores” y “virtudes”, actualmente o se habla de “ética de valores” o de “ética de virtudes”, pero de ningún modo “ética de valores y virtudes”. El término valores esta reservado para los que se consideran modernos (ámbito público) y el término virtudes reservado sólo para los conservadores o tradicionalistas (ámbito privado).



[1] El éthos es el suelo firme, el fundamento de la praxis, la raíz de la que brotan todos los actos humanos. carácter que se logra mediante el hábito y no por naturaleza."
[2] Gran Enciclopedia de la Rialp.
[3] GIUSTI, Miguel. “ALAS Y RAICES, ensayos sobre ética y modernidad”. Pág. 175.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

La Eutanasia ¿Es una muerte digna?



Araceli Jara Cotrina

En la actualidad existe un subjetivismo y relativismo moral en el que todo conocimiento o principio moral depende de las opiniones o circunstancias de las personas. Y como las opiniones y las circunstancias son cambiantes, ningún conocimiento o principio moral, según esta postura, es universal u objetiva. En este contexto de relativismo moral, surge también la eutanasia.
Antes de ahondar en el tema, conviene aclarar el significado del término eutanasia. Según un documento publicado por la conferencia Episcopal Española para la defensa de la vida[1], este término proviene del griego "eu" = bien, "Thánatos" = muerte, por tanto significa  buena muerte, bien morir. Sin embargo, esta palabra ha ido adquiriendo otro sentido, algo más específico: procurar la muerte sin dolor a quienes sufren. Actualmente, más estrictamente, se entiende por eutanasia el llamado homicidio por compasión, es decir, el causar la muerte de otro por piedad ante su sufrimiento o atendiendo a su deseo de morir por las razones que fuere. Por tanto, también se define a la eutanasia como la actuación que tiene por objeto causar la muerte a un ser humano para evitarle sufrimientos, bien a petición de éste, bien por considerar que su vida carece de la calidad mínima para que merezca el calificativo de “digna”.
Los patrocinadores de la eutanasia, hacen una manipulación de la palabras, para propiciar así su aceptación ante la sociedad, usando los términos: "muerte dulce", "muerte digna",  como si no fuera una realidad tangible, el hecho de que en la eutanasia un ser humano da muerte a otro, consciente y deliberadamente, por muy presuntamente nobles que aparezcan las motivaciones que lo animen a ejecutar tal acción.
Se puede distinguir 2 tipos de eutanasia:
 a) Desde el punto de vista de la víctima la eutanasia puede ser voluntaria (cuando es solicitada por la misma persona que sufre la enfermedad) o involuntaria (cuando se aplica a recién nacidos deformes o deficientes, a enfermos terminales, a afectados de lesiones cerebrales irreversibles o a ancianos u otras personas tenidas por socialmente improductivas, etc.
b) Desde el punto de vista de quien la practica, se distingue entre eutanasia activa y pasiva[2], según se provoque la muerte a otro por acción o por omisión.
En todos estos modos de eutanasia se suelen manifestar los siguientes argumentos:
  • Hay un derecho a la muerte digna expresamente querida por el que padece sufrimientos atroces.
  • Cada uno puede disponer de su propia vida en el uso de su libertad y autonomía individual.
  • Suprimir la vida de los deficientes psíquicos profundos o de los enfermos en fase terminal es una forma de progreso, pues son vidas que no pueden llamarse propiamente humanas.
  • Es una manifestación de solidaridad social, pues se eliminan vidas sin sentido, que constituyen una dura carga para los familiares y la propia sociedad.
Todos estos argumentos están vacíos de lo que significa ser persona humana y de lo significa ser poseedor de dignidad; se la reduce solo a aspectos de utilidad y puro sentimentalismo por un lado, y por otro, se da un valor absoluto a la libertad. Y ante esta realidad cabe preguntarse ¿qué entienden por dignidad y qué es la muerte para los defensores de la eutanasia? desde luego y al parecer es muy pobre la concepción que manejan respecto a estos términos, por que su defensa radica solo en un sentido materialista y utilitarista de la vida humana.  Se deja de  lado el sentido trascendente del hombre; y se presenta a los defensores de la vida como retrógados, intransigentes, contrarios a la libertad y al progreso.
Todas las propuestas de legalización de la eutanasia invocan “el derecho a una muerte digna”. Para ellos la vida no merece ser vivida sino en condiciones de plenitud, incluso se basan, en que es un acto de amor y compasión, y por tanto una ayuda a morir humanamente digna.
El presidente de la asociación española: “Derecho a morir dignamente”, Salvador Paniker, sostiene que la calidad de vida, está por encima de la propia vida, hasta el punto de que cuando esta calidad se degenera más allá de ciertos límites, reduce al ser humano a la condición “piltrafa vegetativa”[3]. Este es un claro ejemplo, de una postura utilitarista y materialista respecto a la vida humana.
Pero qué significa “morir dignamente” o “muerte digna”.  La dignidad de la muerte, no radica en la muerte en sí, pues la muerte es lo más indigno que hay, tampoco radica en una muerte sin tribulaciones. La dignidad de la muerte radica en el modo de afrontarla. En realidad no se puede hablar de “muerte digna”, sino de “personas que afrontan su muerte con dignidad” [4].
La muerte y el dolor se dignifican si son aceptados y vividos por la persona en toda su dimensión orgánica, psicológica y espiritual. La muerte es un hecho inevitable de la vida humana. Y ante la inminencia de una muerte irremediable, lo más humano es dejar que la naturaleza continúe su curso.
Todos tenemos derecho a morir en paz y  por lo mismo, es lícito tomar la decisión de renunciar a unos tratamientos que procuran sólo una prolongación precaria y penosa de la vida. Así se expresa claramente en la carta encíclica Evagelium vite”(N° 65)  “cuando la muerte se prevé inminente e inevitable, se puede en conciencia « renunciar a unos tratamientos que procurarían únicamente una prolongación precaria y penosa de la existencia, sin interrumpir sin embargo las curas normales debidas al enfermo en casos similares ».”
Tal renuncia manifiesta la aceptación de la condición humana frente a la muerte. La  aplicación de terapias para prolongar la vida del enfermo no hacen sino aumentar en el paciente los sufrimientos y las molestias, y se configuran como desproporcionadas en relación con los riesgos y beneficios, condenando al enfermo a una agonía prolongada más que a una curación de la enfermedad.
Aquí cabe hacer una aclaración respecto a la atención médica que debe recibir el paciente que se le avecina la muerte. Sólo se le debe evitar aquellas terapias intensivas que despojan al enfermo de un estado de tranquilidad y lo aíslan de cualquier contacto con familiares y amigos, y que acaban por impedirle que se prepare interiormente a morir en un clima y en un contexto auténticamente humano. El médico tiene la obligación de prestarle los cuidados ordinarios elementales, como la alimentación, la hidratación, suministro de analgésicos, ayuda a la respiración, curas mínimas, higiene, cambios posturales, etc., que van destinados a la supervivencia y no a la curación, esto no es una forma de alargarle amargamente la vida, sino una forma humana y digna de respetarlo como persona.
Para concluir este artículo, quiero destacar que la vida humana[5] es el fundamento de todos los bienes, la fuente y condición necesaria de toda actividad humana y de toda convivencia social. Es un don del amor de Dios, que estamos llamados a conservar y hacer fructificar, tiene un carácter sacro, porque desde su inicio comporta “la acción creadora de Dios” y permanece en especial relación con Él su único fin. Solo Dios es dueño de la vida desde su comienzo hasta su término.
La eutanasia, es pues, en sentido estricto es gravemente ilícita, porque lleva implícita un homicidio; por tanto, ninguna razón puede legitimar un acto que lleva a suprimir una vida: ni conmiseración (compasión), ni humanitarismo, ni aparente piedad. El hombre no es dueño absoluto de su vida.
Unido al valor de la vida humana, está el de dignidad humana[6], la cual se fundamenta en lo que el hombre “es” (fundamentación ontológica) y en lo que está “llamado a ser”; es decir ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, tiene un fin sobrenatural, una vocación divina inscrita en lo más profundo de su ser: está llamado a la comunión eterna y en consecuencia nadie puede atentar contra la vida y dignidad humana. Es verdad que la muerte es algo inevitable y que pone fin a la existencia terrenal, pero, al mismo tiempo, abre el camino a la vida inmortal y por tanto, es necesario que sepamos aceptarla con responsabilidad preparándonos para este acontecimiento; aceptando nuestros sufrimientos como parte de nuestra redención unida a los padecimientos de Cristo.

BIBLIOGRAFÍA:

  • Juan Pablo II. (1995). “Carta Encíclica el Evangelio de la Vida (Evangelium Vitae)”, Madrid. impreso en Fernández cuidad, S. L.
·        PARDO, J. María. (2004)  “Bioética Práctica, al alcance de todos”;  Alcalá Madrid. Ediciones Rialp. S. A.
  • Conferencia Episcopal Española para la defensa de la vida. (1993) “la Eutanasia 100 cuestiones y respuestas sobre la defensa de la vida humana y la actitud de los católicos”. Madrid. Ediciones Paulinas.
Paginas Web consultadas



[1]En “100 cuestiones y respuestas sobre la defensa de la vida humana y la actitud de los católicos”.

[2] Eutanasia activa: es la eutanasia que mediante una acción positiva provoca la muerte del paciente. Y eutanasia pasiva es dejar morir intencionadamente al paciente por omisión de cuidados o tratamientos que son necesarios y razonables.
[3] PARDO,  J. María. “Bioética Práctica, al alcance de todos” Pág. 137.
[4] PARDO,  J. María. “Bioética Práctica, al alcance de todos”. Pág.139 – ss.
[5] La Congregación para la Doctrina de la Fe (27-VI-80), Declaración sobre la Eutanasia (en http://www.muertedigna.org/textos/euta41.html ).
[6] PARDO, José. “Bioética práctica al alcance de todos” Pág. 21