Araceli Jara
Cotrina
En la actualidad existe un subjetivismo y relativismo moral en el que todo conocimiento o principio moral
depende de las opiniones o circunstancias de las personas. Y como las opiniones
y las circunstancias son cambiantes, ningún
conocimiento o principio moral, según esta postura, es universal u objetiva.
En este contexto de relativismo moral, surge también la eutanasia.
Antes de ahondar en el tema, conviene aclarar el
significado del término eutanasia. Según un documento publicado por la
conferencia Episcopal Española para la defensa de la vida[1], este
término proviene del griego "eu"
= bien, "Thánatos" = muerte, por tanto significa buena muerte, bien
morir. Sin embargo, esta palabra ha ido adquiriendo otro sentido, algo más
específico: procurar la muerte sin dolor a quienes sufren. Actualmente, más
estrictamente, se entiende por eutanasia
el llamado homicidio por compasión,
es decir, el causar la muerte de otro por
piedad ante su sufrimiento o atendiendo a su deseo de morir por las razones
que fuere. Por tanto, también se define a la eutanasia como la actuación que
tiene por objeto causar la muerte a un ser humano para evitarle sufrimientos,
bien a petición de éste, bien por considerar que su vida carece de la calidad
mínima para que merezca el calificativo de “digna”.
Los
patrocinadores de la eutanasia, hacen una manipulación de la palabras, para propiciar así su aceptación
ante la sociedad, usando los términos: "muerte dulce", "muerte
digna", como si no fuera una
realidad tangible, el hecho de que en la eutanasia un ser humano da muerte a
otro, consciente y deliberadamente, por muy presuntamente nobles que aparezcan
las motivaciones que lo animen a ejecutar tal acción.
Se puede distinguir 2 tipos de
eutanasia:
a) Desde el
punto de vista de la víctima la eutanasia puede ser voluntaria (cuando es
solicitada por la misma persona que sufre la enfermedad) o involuntaria (cuando se aplica a recién nacidos deformes o
deficientes, a enfermos terminales, a afectados de lesiones cerebrales
irreversibles o a ancianos u otras personas tenidas por socialmente
improductivas, etc.
b) Desde el punto de vista de quien la practica, se distingue
entre eutanasia activa y pasiva[2],
según se provoque la muerte a otro por acción o por omisión.
En todos estos modos de eutanasia se suelen
manifestar los siguientes argumentos:
- Hay un derecho a la
muerte digna expresamente querida por el que padece sufrimientos atroces.
- Cada uno puede
disponer de su propia vida en el uso de su libertad y autonomía
individual.
- Suprimir la vida de
los deficientes psíquicos profundos o de los enfermos en fase terminal es
una forma de progreso, pues son vidas que no pueden llamarse propiamente
humanas.
- Es una
manifestación de solidaridad social, pues se eliminan vidas sin sentido,
que constituyen una dura carga para los familiares y la propia sociedad.
Todos estos argumentos están vacíos de lo que
significa ser persona humana y de lo significa ser poseedor de dignidad; se la
reduce solo a aspectos de utilidad y puro sentimentalismo por un lado, y por
otro, se da un valor absoluto a la libertad. Y ante esta realidad cabe
preguntarse ¿qué entienden por dignidad y qué es la muerte para los defensores
de la eutanasia? desde luego y al parecer es muy pobre la concepción que
manejan respecto a estos términos, por que su defensa radica solo en un sentido
materialista y utilitarista de la vida humana.
Se deja de lado el sentido
trascendente del hombre; y se presenta a los defensores de la vida como retrógados,
intransigentes, contrarios a la libertad y al progreso.
Todas las propuestas de legalización de la eutanasia
invocan “el derecho a una muerte digna”. Para ellos la vida no merece ser vivida sino en condiciones de
plenitud, incluso se basan, en que es un acto de amor y compasión, y por tanto
una ayuda a morir humanamente digna.
El presidente de la asociación española: “Derecho a morir dignamente”, Salvador
Paniker, sostiene que la calidad de vida, está por encima de la propia vida,
hasta el punto de que cuando esta calidad se degenera más allá de ciertos
límites, reduce al ser humano a la condición “piltrafa vegetativa”[3]. Este
es un claro ejemplo, de una postura utilitarista y materialista respecto a la
vida humana.
Pero qué
significa “morir dignamente” o “muerte digna”. La
dignidad de la muerte, no radica en la muerte en sí, pues la muerte es lo más
indigno que hay, tampoco radica en una muerte sin tribulaciones. La
dignidad de la muerte radica en el modo de afrontarla. En realidad no
se puede hablar de “muerte digna”, sino de “personas que afrontan su muerte con
dignidad” [4].
La muerte y el dolor se dignifican si son aceptados y
vividos por la persona en toda su dimensión orgánica, psicológica y espiritual.
La muerte es un hecho inevitable de la vida humana. Y ante la inminencia de una
muerte irremediable, lo más humano es dejar que la naturaleza continúe su
curso.
Todos
tenemos derecho a morir en paz y por lo
mismo, es lícito tomar la decisión de renunciar a unos tratamientos que
procuran sólo una prolongación precaria y penosa de la vida. Así se expresa claramente en la carta encíclica
Evagelium vite”(N° 65) “cuando la muerte se prevé inminente e inevitable, se puede en
conciencia « renunciar a unos tratamientos que procurarían únicamente una
prolongación precaria y penosa de la existencia, sin interrumpir sin embargo
las curas normales debidas al enfermo en casos similares ».”
Tal renuncia
manifiesta la aceptación de la condición humana frente a la muerte. La
aplicación de terapias para prolongar la vida del enfermo no hacen sino
aumentar en el paciente los sufrimientos y las molestias, y se configuran como
desproporcionadas en relación con los riesgos y beneficios, condenando al
enfermo a una agonía prolongada más que a una curación de la enfermedad.
Aquí cabe hacer una aclaración respecto a la atención
médica que debe recibir el paciente que se le avecina la muerte. Sólo se le
debe evitar aquellas terapias intensivas que despojan al enfermo de un estado
de tranquilidad y lo aíslan de cualquier contacto con familiares y amigos, y
que acaban por impedirle que se prepare interiormente a morir en un clima y en
un contexto auténticamente humano. El médico tiene la obligación de prestarle
los cuidados ordinarios elementales, como la alimentación, la hidratación,
suministro de analgésicos, ayuda a la respiración, curas mínimas, higiene,
cambios posturales, etc., que van destinados a la supervivencia y no a la
curación, esto no es una forma de alargarle amargamente la vida, sino una forma
humana y digna de respetarlo como persona.
Para concluir este artículo, quiero destacar que la vida humana[5]
es el fundamento de todos los bienes, la fuente y condición necesaria de toda
actividad humana y de toda convivencia social. Es un don del amor de Dios, que estamos llamados a conservar y hacer
fructificar, tiene un carácter
sacro, porque desde su inicio comporta “la acción creadora de Dios” y permanece
en especial relación con Él su único fin. Solo Dios es dueño de la vida desde su comienzo hasta su término.
La eutanasia, es pues, en sentido estricto es gravemente
ilícita, porque lleva implícita
un homicidio; por tanto, ninguna razón puede legitimar un acto que lleva a
suprimir una vida: ni conmiseración (compasión), ni humanitarismo, ni aparente
piedad. El hombre no es dueño absoluto de su vida.
Unido al valor de la vida humana, está el de dignidad
humana[6],
la cual se fundamenta en lo que
el hombre “es” (fundamentación ontológica) y en lo que está “llamado a ser”; es decir ha sido creado a imagen y
semejanza de Dios, tiene un fin sobrenatural, una vocación divina inscrita
en lo más profundo de su ser: está
llamado a la comunión eterna y en consecuencia nadie puede atentar contra la vida y
dignidad humana. Es verdad que la muerte es algo inevitable y que pone fin a la
existencia terrenal, pero, al mismo tiempo, abre el camino a la vida inmortal y
por tanto, es necesario que sepamos aceptarla con responsabilidad preparándonos
para este acontecimiento; aceptando nuestros sufrimientos como parte de nuestra
redención unida a los padecimientos de Cristo.
BIBLIOGRAFÍA:
- Juan
Pablo II. (1995). “Carta Encíclica el Evangelio de la Vida (Evangelium
Vitae)”, Madrid. impreso en Fernández cuidad, S. L.
·
PARDO, J. María. (2004) “Bioética
Práctica, al alcance de todos”; Alcalá Madrid. Ediciones Rialp. S. A.
- Conferencia
Episcopal Española para la defensa de la vida. (1993) “la Eutanasia 100
cuestiones y respuestas sobre la defensa de la vida humana y la actitud de
los católicos”. Madrid. Ediciones Paulinas.
Paginas Web
consultadas
http://www.muertedigna.org/textos/euta41.html
http://www.churchforum.org/info/Familia/agent_sanit.htm.
[1]En “100 cuestiones y respuestas sobre la
defensa de la vida humana y la actitud de los católicos”.
[2] Eutanasia activa: es la eutanasia que mediante una acción positiva provoca la muerte
del paciente. Y eutanasia pasiva es dejar morir intencionadamente al paciente por omisión de cuidados o tratamientos
que son necesarios y razonables.