POSTURA ANTROPOLÓGICA
DE LAS CORRIENTES ACTUALES EN BIOÉTICA
Araceli
Jara Cotrina
El inicio de la época moderna se ha caracterizado
por la revolución científica. Es decir, por los nuevos avances científicos, que
haciendo uso de un nuevo método ha dado lugar a la llamada “nueva ciencia”.
Junto a este contexto histórico se produce también un gran cambio en el orden
del pensamiento, se pierde la visión de unidad sustancial en el ser humano y se
le concibe como una realidad dual que posee solo unidad accidental, esta
postura antropológica traerá como consecuencia múltiples reduccionismos en
torno a la persona humana.
En la actualidad el mundo presenta una serie de cambios profundos que
están transformando la vida de la humanidad. Estos cambios son producto de la
ciencia y la tecnología que influyen poderosamente en la vida del hombre. Por
un lado, la ciencia es un cuerpo de conocimiento organizado y sistematizado
acerca del universo, en el que también nos incluimos. Sin embargo, el hombre
que hace ciencia, no se queda solo en escudriñar el universo, sino que ejercita
su extraordinaria habilidad para usar y aplicar su conocimiento en sus
múltiples propósitos que pueden alteran y afectar su propia forma de vivir. Por
su parte, la tecnología que se relaciona con los propósitos del ser humano, sus
aspiraciones y sus valores; es un signo de expresión de la creatividad humana
que le ofrece posibilidades de crecimiento. Sin embargo, también abre paso a
una serie de responsabilidades de tipo moral, pues, no siempre es bueno ni
moral todo crecimiento tecnológico, de allí la importancia de una formación
ética para el buen uso de la ciencia y de la tecnología.
En la constitución Pastoral
Gaudium et Spes Nº 4, del Concilio Vaticano II, se lee lo siguiente:
El género humano se halla
hoy en un período nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y
acelerados, que progresivamente se extienden al mundo entero. Los provoca el
hombre con su inteligencia y su dinamismo creador, pero recaen sobre el hombre,
sobre sus juicios y deseos individuales y colectivos, sobre sus modos de pensar
y sobre su comportamiento para con las realidades y los hombres con los que
vive.
Así pues, el progreso humano, la
ciencia y la tecnología, han traído múltiples beneficios a la humanidad. Sin
embargo, “la ciencia, aunque es generosa, da sólo lo que puede dar. El hombre
no puede poner en la ciencia y en la tecnología una confianza tan radical e
incondicional como para creer que el progreso de la ciencia y la tecnología
puede explicarlo todo y satisfacer plenamente todas sus necesidades
existenciales y espirituales” (Benedicto XVI). Por ello, la ciencia debe
estar al servicio del hombre, es un medio para el desarrollo de la sociedad en
su conjunto, más no un fin.
Los avances científicos y tecnológicos
han contribuido al nacimiento y desarrollo de la bioética y ha generado también
un pluralismo de corrientes con distinta fundamentación filosófica y
antropológica. En esta oportunidad haré un análisis de las corrientes
bioéticas del modelo subjetivista o liberal-radical y del modelo
pragmático-utilitarista, enfatizando principalmente en la visión de persona que
tiene cada una, pues, la vida que llevemos necesariamente dependerá de la concepción
de persona humana que tengamos.
El modelo
de bioética subjetivista o liberal-radical, sostiene que “la moral no se
puede fundamentar ni en los hechos, ni en los valores objetivos o
trascendentes, sino sólo en la “opción” autónoma del sujeto”[1]. Este
tipo de corriente tiene como fundamento la voluntad del sujeto y como tal, la
referencia ética como principio rector será la libertad, tanto en la
proposición de valores como en sus principios y normas de actuar. Esta libertad
tiene como único límite la libertad ajena (siempre que éste pueda hacerla
valer), por tanto, “es lícito lo que se quiere y acepta como libremente querido
y que no lesiona la libertad ajena”[2]. Se
trata pues, de una libertad sin finalidad o contenido, que hace y deshace a su
antojo y donde, junto a ella, no existe una naturaleza humana sino más bien un
material sobre el cual trabaja la libertad, dotando de esencia al existir
concreto de cada hombre.
De esta postura bioética se derivan algunas
consecuencias nefastas para la praxis biomédica, por ejemplo: dado que la
libertad está fundada en la autonomía plena de la persona, se puede investigar
y experimentar con humanos sin ningún otro criterio y limitante más que la del
investigador, se podrá tener opción a elegir el sexo del nuevo concebido y
también del adulto si así lo desea, quedaría justificado todo tipo de aborto
solo por el deseo imperante de la mujer, se podrá decidir sobre el momento de
la muerte, etc. Este tipo de libertad no implica responsabilidad, por tanto, no
se puede llamar propiamente libertad.
Por su parte, el modelo pragmático-utilitarista, hunde sus raíces en el empirismo y
materialismo de Bentham y Stuart Mill y tiene como denominador común “el
rechazo de la metafísica y la desconfianza respecto del pensamiento de poder
alcanzar una verdad universal y, por tanto, una norma válida en el plano moral”[3]. El
principio bajo el cual se rige sus valoraciones morales es “el del cálculo de
las consecuencias de la acción con base en la relación costo/beneficio”[4]. Se considera
que es bueno aquello que produce el mayor bienestar y beneficio para el mayor
número de personas, para ello se realiza un cálculo costo-beneficio y el
resultado práctico es lo que se decide. Bajo este enfoque, las decisiones éticas tienen que
ver con "la utilidad" que reportan para la persona, la institución
o para la sociedad.
Muy
en consonancia con este tipo de filosofía moral, está la postura de Peter
Singer[5]
quien propone una reflexión moral dirigida de modo inmediato al bienestar de la
humanidad. Según Singer para ser persona se requiere la capacidad de la
conciencia. Por lo tanto, es considerado persona sólo aquel que es capaz de
realizar actos de razón. Aparece aquí una distinción entre persona y ser humano. En consecuencia, no serán considerados personas todo
aquel que no tenga en ejercicio de su facultad intelectiva como: el embrión, el feto, el
individuo en estado coma, los enfermos con grave discapacidad, etc. Esta
concepción antropológica, seguida de un razonamiento meramente pragmático, hace
que la posición de Singer derive hacia posiciones liberales en las que está
permitida la eugenesia, la eutanasia, el aborto, entre otros.
Haciendo un análisis de estas corrientes bioéticas,
se puede identificar que se trata de un reduccionismo antropológico en el que
no hay un fundamento ontológico ni de la persona ni de su dignidad, se la
reduce solo a una de las características de su ser personal: la libertad;
cuando en realidad la persona posee una riqueza interior tan amplia e incluso
misteriosa, que aún queda mucho por conocer.
Cabe señalar que la libertad en el ser humano tiene cuatro
dimensiones o sentidos: por un lado, está la libertad denominada interior o constitutiva del ser
humano (llamada también fundamental, consiste en la apertura que tiene el
hombre a la realidad: a la belleza, al bien y a la verdad, gracias a la
apertura infinita del entendimiento y voluntad humana a todo lo real; existe
una tendencia natural del hombre a conocer la verdad y a amar el bien); en
segundo lugar, está la libertad de
arbitrio o de elección (es la capacidad de autodeterminación del hombre
según unos fines previamente elegidos por él mismo. Es la capacidad que todos tenemos de elegir o no, esto o
aquello); hay una tercera
denominada libertad moral (este
sentido de libertad está referida a la dimensión ética y perfeccionamiento de
la persona mediante los hábitos o virtudes morales. Con las virtudes («hábitos
operativos buenos») crece la capacidad operativa de la persona, mientras que
los vicios («hábitos operativos malos») entorpecen la auténtica realización
personal); y finalmente, la
libertad social o libertad política (se trata de la capacidad de intervenir en
la vida social y política sin prohibiciones, de tal modo que el hombre sea
capaz de crear un orden social justo y humano). Este último sentido de la
libertad se trata con más detenimiento en la Filosofía social y política.
La mayor parte de los reduccionismos de la persona
humana en torno a la libertad, está relacionada con la exaltación de la segunda
dimensión de la libertad, la libertad de elección. Tal patología es presentada
por ideologías como el relativismo, el individualismo y el permisivismo moral.
Con mucha frecuencia la acepción más común de la
palabra «libertad» suele reducirse a la capacidad de elegir entre varias
opciones que se presentan y se pone en juego continuamente en la vida cotidiana
en cuestiones triviales. Es verdad que algunas veces la elección implica una
toma de postura verdaderamente decisiva para nuestra vida; en este sentido, “la
libertad podría definirse como una propiedad de la voluntad en virtud de la
cual ésta se autodetermina hacia algo que la inteligencia le presenta como
bueno”[6]. De
esta manera, se entiende que la libertad, más que la mera capacidad de elegir,
es la capacidad de autodeterminarse al bien. Por eso, el concepto de
«autodeterminación» hacia el bien es lo más característico de la libertad de
elección.
Cuando elijo, no se trata tan solo de dar un mismo
valor a todas las opciones que tengo considerando si me es beneficioso o no,
sino, de considerar si lo que estoy eligiendo es lo mejor y lo que más me
perfecciona y plenifica como persona.
La libertad humana además, hay que entenderla en
consonancia con la dignidad. Es verdad que la libertad es una nota
característica de la persona humana, sin embargo, se trata de una libertad en
la que el hombre es dueño de sus propios actos, y dado que es un ser
indeterminado (no acabado e imperfecto, pues, todo lo aprende) se va
determinando a través de sus acciones
libremente asumidas, no es solo lo dado (lo subsistente), sino también lo que
“todavía” no es, es decir, lo que puede llegar a ser cuando despliegue
existencialmente su libertad.
La libertad necesariamente está ligada a la
dignidad. El hombre es digno porque es
libre. Así lo han fundamentado varios autores como Kant, Tomás de
Aquino, Pico della Mirandola, Millan-Puelles, etc.
Es Kant, quien sostiene que “la humanidad misma es
una dignidad, porque el hombre no puede ser tratado por ningún hombre (ni por
otro, ni siquiera por sí mismo) como un simple medio, sino siempre, a la vez,
como un fin, y en ello precisamente estriba su dignidad (la personalidad)”[7]. Para
Kant, ser digno equivale a ser libre (ser fin en sí mismo) puesto que la
libertad, en último término, es aquello en virtud de lo cual se destaca sobre
los demás seres creados. La autoposesión libre es el particular valor
intrínseco de la persona humana, de tal modo que no puede ser tratado nunca
como un medio, sino como fin. De ahí que la persona no tenga precio sino
dignidad.
La dignidad personal descansa en un valor
ontológico, que es connatural a la persona. Nace del valor intrínseco de la
persona, de quién proceden los deberes y derechos naturales y que se reconoce
porque es previa a todo reconocimiento jurídico. No se basa en un acuerdo o
consenso entre los hombres.
La dignidad humana se fundamenta en lo que el hombre
«es», es decir, en su modo de ser, lo cual indica, que tiene una esencia
específica (una naturaleza humana). Por tanto, la persona humana es digna por
el simple hecho de ser un individuo de la especie humana. La dignidad humana
como tal, no es un logro, ni una conquista, sino una verdad del modo de ser
humano; lo que sí se puede conquistar es el re-conocimiento por parte de la
sociedad del valor y dignidad de la persona humana. En tal sentido, “La
dignidad tiene que ver más con la interioridad de la persona que con los
resultados que obtenga; con la singularidad ontológica irrepetible, que la
caracteriza, que con el alto nivel de calidad de vida que pueda obtener, por
muy elevado que éste sea”.
Esta dignidad, calificada como “ontológica o
constitutiva, que pertenece a todo hombre por el hecho de serlo se halla
indisolublemente ligada a su naturaleza racional y libre. Desde este punto de
vista, todos los hombres, incluso, hasta el más depravado tienen estricto
derecho a ser tratados como persona. La dignidad ontológica, nunca se pierde.
A modo de conclusión, cabe afirmar que todo
principio ético debe considerar como su primer fundamento la dignidad
ontológica de toda persona humana. Este principio nunca puede ser vulnerado.
Referencias
Bibliográficas
Documentos del Vaticano II.
Gaudium et Spes. 43ª Ed. España: Biblioteca de Autores
Cristianos; 1991.
GARCÍA José. Antropología Filosófica:
una introducción a la filosofía del hombre. 2ª Ed. Pamplona; Ediciones
universidad de Navarra, S. A; 2003.
MELENDO, Tomás. Dimensiones de la
Persona. 2ª Ed. Madrid: Palabra; 2001.
SGRECCIA
Elio. Manual de Bioética, I: Fundamentos y ética biomédica, Ed. Biblioteca de
Autores Cristianos, Madrid. 2009.
[1] SGRECCIA, Elio. Manual de
Bioética I:
Fundamentos y ética biomédica. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos; 2009.
p. 63.
[2]
Cfr. SGRECCIA, Elio. Op. Cit., p. 63.
[3] Cfr.
SGRECCIA, Elio. Op. Cit., p. 65.
[4] Cfr.
SGRECCIA, Elio. Op. Cit., p. 65.
[5] Filósofo
utilitarista judío australiano, fundador y difusor de la denominada ética
práctica.
[6] GARCÍA José. Antropología
Filosófica: una introducción a la filosofía del hombre. 2ª Ed. Pamplona;
Ediciones universidad de Navarra, S. A; 2003.
P.156.
[7] Cfr. GARCÍA, José. Op. Cit.,
p. 65.