Araceli Jara Cotrina
Resumen
La
educación de la voluntad es una tarea ardua que implica paciencia y constancia
tanto del que educa como del que es educado. Supone además, la intervención de
unos elementos necesarios: la motivación, el esfuerzo y la práctica de algunas
virtudes. Así, una persona con voluntad bien educada será eficaz y constante en querer el
bien, tenaz frente a las dificultades, y capaz de gobernar y encauzar sus
pasiones. En la educación de la voluntad también se hace necesaria la
colaboración de los padres, especialmente en la niñez y adolescencia, hasta que
poco a poco cada uno adquiera la responsabilidad de la auto-educación.
Palabras clave: educación, voluntad.
Abstract
The
education of the will is an arduous task that implies patience and witness so
much of the one that it educates like of the one that is polite. Besides, it
supposes the intervention of a few necessary elements: the motivation, the
effort and the practice of some virtues. In this way, a polite person will be
effective and constant to do good thinks, tenacious to confront the
difficulties, and capably of governing and channeling his passions. In the
education of the will also the collaboration of the parents becomes necessary,
specially in the childhood and adolescent; until that step by step each one
acquires the responsibility of the auto-education.
Key words: education, will.
Introducción
En la sociedad actual, el “homo sapiens”
-aquel que se rige por la inteligencia y la voluntad- está siendo superado por
el “homo sentimentalis”. Esto es, el hombre que valora el sentimiento, los
gustos, las sensaciones, los placeres, etc., por encima de la razón y la
voluntad. En efecto, mientras la
sociedad necesita con urgencia cimentar virtudes en sus vidas, paradójicamente se promueven corrientes de
materialismo y hedonismo, que llevan a la persona a una vida cómoda y
superficial dejando de lado el esfuerzo por alcanzar ideales.
Por otro lado, “la ley del
mínimo esfuerzo”, que se concreta en la ausencia del sentido de
responsabilidad, orden, constancia, etc., está superando a la educación de la
voluntad y por tanto, se presenta un reto para todo educador y especialmente para
el profesional de la enseñanza: ser capaz de educar la voluntad de los alumnos
y enseñarles a optar por ideales grandes, que den sentido a sus vidas.
Educación
La educación se refiere siempre al hombre. Es un proceso humano que
encierra necesariamente la orientación a un fin y este fin implica siempre una
mejora, un perfeccionamiento. Todo ser humano busca y tiende a la perfección y
la educación tiene por finalidad ayudar en el perfeccionamiento de la
naturaleza humana; busca que cada educando se desarrolle plenamente y se
integre positivamente en la realidad en la que vive. Educar es “desarrollar
armónicamente todas las facultades específicamente humanas” (Morales.1987,
p.40).
La educación en su raíz terminológica “implica tanto el cuidado y la
conducción externa, como la necesaria transformación interior. Exige una
influencia, que siempre provendrá del exterior, como un proceso de maduración,
que sólo puede llevar a cabo el propio sujeto que se educa” (Medina. 2001,
p.32).
La voluntad
Pero, ¿Qué es la voluntad? , ¿Es
posible educarla? El ser humano no solo tiene una capacidad que le
lleva a conocer y juzgar la verdad, sino que también quiere y elige aquello que
conoce. Este objeto conocido y percibido por la inteligencia se denomina bien y
es el objeto propio de la voluntad. Sin embargo, elegir el bien no es fácil, pues, aunque los
entes son bienes en sí mismos (bienes ontológicos), algunos no son
convenientes, es decir, no ayudan a perfeccionar a la persona sino que la
deterioran. Por ello, a la elección de un bien precede el conocimiento de ese
bien.
La voluntad es la facultad de querer el
bien. Etimológicamente proviene del latín “voluntas-atis” que significa querer. Sin embargo, es preciso
distinguir entre querer y desear, pues, muchas veces se utilizan como
sinónimos. Tanto el desear como el querer se ponen en movimiento a partir de un
conocimiento previo. Son actos distintos, el primero es sensible y el segundo
es espiritual o intelectual y se dirigen al bien de manera distinta. El deseo
tiende al bien sensible, percibido e imaginado, mientras que el querer tiene
por objeto un bien inteligible.
La
voluntad es "un apetito racional. (…) todo apetito es sólo del bien. La
razón de esto es que un apetito no es otra cosa que la inclinación de quien
desea hacia algo. Ahora bien, nada se inclina sino hacia lo que es semejante y
conveniente. Por tanto, como toda cosa, en cuanto que es ente y sustancia, es
un bien, es necesario que toda inclinación sea hacia el bien” (S. Th. I-II, q. 8
a . 1).
Si la voluntad se dirige siempre hacia el
bien. Conviene, entonces conocer qué es el bien. El Diccionario de la Real Academia lo define como “aquello que en sí mismo tiene el
complemento de la perfección en su propio género, o lo que es objeto de la
voluntad, la cual ni se mueve ni puede moverse sino por el bien, sea verdadero o aprehendido
falsamente como tal”. Lo que hace inferir que el bien es el objeto de la
voluntad aunque nos equivoquemos eligiendo. Pues, nadie quiere o ama el mal,
sino que lo elige en cuanto lo percibe como bien.
Para
que la voluntad realice una buena elección del bien, se hace necesaria la
intervención de la inteligencia. Pues,
no se quiere lo que no se conoce. En consecuencia, la voluntad quiere lo que
antes ha sido considerado por la inteligencia como bueno. Así lo menciona santo
Tomás “lo aprehendido bajo razón de bien y de conveniente mueve a la voluntad
como objeto” (S. Th. I-II, q. 9 a . 2).
Las
potencias racionales, al ser enteramente espirituales, son las más susceptibles
de educarse intrínsecamente, las demás potencias sirven para propiciar la
formación de las espirituales, pues, “hablando
con rigor sólo a ellas le corresponde enteramente los hábitos y las virtudes,
tomándolos en sentido completo y pleno. La educación intelectual versa sobre
formación de virtudes intelectuales o teóricas de la inteligencia, y la educación
moral es el campo de la formación de las virtudes éticas, morales o prácticas
de la voluntad” (Altarejos. 2004, p. 199). Sin embargo, cabe destacar que
siendo la inteligencia y la voluntad objeto de la enseñanza y núcleo decisivo
de la educación humana, no son el primer referente de la acción educativa; pues
las potencias superiores requieren un desarrollo proporcionado de las potencias
inferiores para poder operar en plenitud (Altarejos. 2004, p. 199).
Así
pues, no nos podemos olvidar que la educación
humana es integral, pues la persona es “una unidad en su ser; unidad
que se opera mediante sus potencias que se articulan en su actuación”
(Altarejos. 2004, p. 199). Por tanto, la formación humana abarca la dimensión:
estética, afectiva, moral e intelectual, conectadas e integradas entre sí,
sino, no cabe hablar de verdadera educación. “La educación debe cultivar al
hombre en todas sus coordenadas sin excluir ninguna, abarcar todos sus
meridianos, incluir todos sus paralelos” (Morales. 1985, p. 403),
Educación de la voluntad
Para educar la voluntad también se debe
tener en cuenta que los actos de la inteligencia y de la voluntad –como se
mencionaba en párrafos anteriores- están íntimamente relacionados. Por tanto,
lo que se persigue es que el que aprende entienda y quiera a la vez
lo que hace. Sin embargo, aun estando
relacionados los actos de la inteligencia y de la voluntad, la educación de
cada una se denomina de modo distinto: cuando se incide en la educación de la
inteligencia, se denomina formación de hábitos intelectuales y cuando se incide
en la voluntad, se denomina formación de virtudes, pues, difieren en el modo
de adquirirlas.
Así, cuando se habla específicamente de
educación de la voluntad lo que se pretende es ayudar a adquirir virtudes, y
ésta “es la finalidad de la enseñanza en la medida que pretenda ser educativa, pues a través de ellas el ser
humano crece en la posesión de sus
actos, lo que constituye la médula de su perfeccionamiento personal. La
formación de hábitos operativos buenos o virtudes con la ayuda de la enseñanza
es la esencia de la educación; y siendo las virtudes perfecciones
intrínsecas de las potencias humanas, la educación se realizará según la
capacidad de actualización de éstas” (Altarejos. 2004, p. 197).
Una
persona con voluntad bien educada será eficaz y constante en querer el bien,
tenaz frente a las dificultades, y capaz de gobernar y encauzar sus pasiones.
Allí radica su importancia. Pues, “a una voluntad
constante nada se resiste. El tímido se hará decidido y audaz. El apático se
convierte en activo. El carente de iniciativa y responsabilidad, aguzará su
ingenio, intentará soluciones atrevidas” (Morales.1987, pp.242-243).
Y ¿Cómo educar la voluntad? Educar la voluntad no es una tarea fácil, pues, no
solo depende de quien educa, sino también de quien es educado. Además, se trata
de un proceso gradual y progresivo: “una voluntad recia no se consigue de la noche
a la mañana. Hay que seguir una tabla de ejercicios para fortalecer los
músculos de la voluntad, haciendo ejercicio repetidos y que supongan esfuerzo”
(Aguiló. 2001, p. 130).
A
continuación, se proponen cuatro principios que favorecen de modo eficaz en la
educación de la voluntad:
La Mística
de Exigencia: es planteada desde el interior del sujeto como una forma de hacer
progresar al hombre en su proyecto como persona. Se pretende que el joven desarrolle
aquellos valores profundos que lleva dentro, impulsándole siempre de acuerdo a
su capacidad hacia lo máximo. Se caracteriza por ser razonada, flexible y
amorosa. “Si al joven se exige poco, no
da nada. Si se le exige mucho, da más”.
El Espíritu
Combativo: es la actitud interior de
lucha consigo mismo, para no dejarse vencer por el mal e ir tras el bien. Esto
supone esfuerzo constante para vencer las dificultades y alcanzar pequeñas
victorias sobre las pasiones; implica, también, aprender a perder el miedo al
fracaso, pues, lo esencial no es la victoria sino la lucha tenaz. Ayuda el
siguiente lema: “si no avanzo, retrocedo”.
El Cultivo
de la Reflexión : tiene por finalidad enseñar a pensar con
profundidad; no se trata solo de
transmitir conocimientos, por eso se estimula al educando a descubrir la verdad
de las cosas por sí mismo. Tiene tres fases: observar (ver), enjuiciar (juzgar)
y actuar (transformar la realidad). La reflexión sólo nace y se mece en la cuna
del silencio.
La Escuela de Constancia: este es el principio que directamente incide en la educación
de la voluntad, en la capacidad para querer el bien. Consiste en tomar una
determinación e ir tras ella sin interrumpirla. Se logra: queriendo pocas
cosas, siendo concientes del esfuerzo que supone toda meta por pequeña que sea,
teniendo paciencia para ir poco a poco y con confianza en uno mismo. Esto es
posible, cuando se es capaz de: “No
cansarse nunca de estar empezando siempre”.
Existen,
además, unos elementos que ayudan o favorecen la educación la voluntad; estos
son: la motivación, el esfuerzo y la práctica de virtudes (especialmente la
fortaleza, constancia, prudencia, templanza, orden, tenacidad, entre otras).
Así
pues, el querer de la voluntad es un querer motivado, o impulsado por un
interés o motivo. Todo aquello que desde nuestro interior nos mueve a hacer, a
pensar, a decidir, esta movido por una motivación que puede ser intrínseca,
extrínseca o trascendental. Por tanto la voluntad necesita razones para
adherirse a un determinado bien.
La motivación está constituida por
todos los factores capaces de provocar, mantener y dirigir la conducta hacia un
objetivo. En tal sentido, “los agentes
motivadores son los que ponen en marcha la voluntad y la hacen realidad, fácil,
bien dispuesta; capaz de superar las dificultades, frenos y cansancios propios
de ese esfuerzo. Motivación, por tanto, es ver la meta como algo grande
y positivo que podemos conseguir (Rojas. 1996, p.20).
Los grandes proyectos y empresas se
logran con mucha dosis de motivación y esfuerzo. “Estar motivado significa
tener una representación anticipada de la meta, lo cual arrastra a la acción.
De ahí emerge buena parte del proyecto personal que cada uno debemos tener”
(Rojas. 1996, p.22). Así pues, una fuerte y clara motivación es el mejor punto
de partida para educar la voluntad. Aunque, al principio, el camino sea siempre
áspero y costoso.
La motivación es esencial, también, en el
proyecto personal, hace que “sea argumental, que tenga un carácter
programático, elaborado por una sucesión de pequeñas superaciones, sobre las
que la voluntad se va fortaleciendo, acrisolándose, haciéndose madura. El
individuo con este tipo de voluntad sabe lo que quiere y pone de su parte lo
necesario para ir poco a poco consiguiéndolo” (Rojas. 1996, p.29).
Por otro lado, cabe considerar que “una voluntad
reflexiva, decidida, enérgica y constante sólo la transmite el educador que la
posea. No podrá adquirirla ni, por lo tanto, transmitirla a otros, si no clava
sus ojos en un gran ideal. Las pequeñas, pero constantes renuncias son el
precio que hay que pagar para alcanzar una voluntad adornada con esas
cualidades. No pueden hacerse esas renuncias con continuidad sin un gran amor,
un gran ideal” (Morales, 1985, p. 415).
El segundo elemento que no debe faltar en
la educación de la voluntad es el esfuerzo. Éste es “el impulso
vigoroso y definitivo que hace posible al hombre convertir en realidad sus
proyectos” (Tierno. 1994, p. 103). Una
persona que se esfuerza mejora, se perfecciona cada vez más. Es capaz de
afrontar la vida con sus dificultades tratando de resolverlas aunque le cueste
sacrificio grande o pequeño. Esforzarse por hacer lo mejor aunque algunas veces
no se consiga lo que nos proponemos, implica una gran capacidad de aceptación.
No cabe duda, pues, que el esfuerzo es un elemento importantísimo en la
educación de la voluntad. Pues, una persona con voluntad es aquella que a base
de esfuerzo y de tenacidad, consigue siempre lo que se propone si sus objetivos
son realistas.
El esfuerzo es muy importante, pero, ¿por
qué nos esforzamos? Esforzarse por esforzarse no tiene sentido, nos esforzamos
por algo que vale la pena, cuando encontramos impedimentos para lograr nuestros
objetivos; “nos esforzamos en definitiva, ante valores descubiertos, en proceso
de interiorización” en la interiorización de un valor se distinguen cinco
etapas: 1° descubrirlo, 2° aceptarlo, 3° preferirlo, 4° comprometerse con él,
5° organizar la vida en función de ese valor. (Otero, 2002, p. 53). Estas etapas, se dan en todos los valores que
interiorizamos los cuales nos ayudan a crecer como personas y a
perfeccionarnos.
Tierno
(1994, p. 105), sugiere unas pautas para lograr una fuerte voluntad: Primero,
formular el propósito de forma positiva y no emplear expresiones como “lo
intentaré”, sino “voy a hacer tal cosa AHORA, y hacerla, sin más”. Segundo,
fijarse objetivos y propósitos posibles y medibles, evaluando en qué medida lo
hacemos realidad. Tercero, tener claro que tú eres el único responsable; no
culpes a otros. Cuarto, ayúdate con ejemplos vivos de fuerte voluntad. Y
quinto, felicítate, prémiate, concédete recompensas tras cada logro, tras cada
esfuerzo y acto de voluntad.
La
voluntad es educada básicamente en el seno de la familia. Los valores se
adquieren en la convivencia familiar. “Los padres han pasado a ser los
protagonistas de la formación de sus hijos” (Corominas, 2004, p. 16).
Es
importante, que los padres eduquen en el esfuerzo, enseñando sobre todo a
luchar y no siempre a triunfar, primero consigo mismo y luego con las
dificultades exteriores. Pues, como dice Martín Descalzo “No es grande el que
triunfa, sino el que jamás se desalienta” (Tierno. 1994, p. 108). En
consecuencia, “al ser humano desde niño se le debe enseñar y convencer de que
ha nacido para triunfar, para progresar; que está organizado y bien capacitado
para el éxito, para vencer, pero la primera victoria la ha de librar consigo
mismo” (Tierno. 1994, p. 112). Por tanto, la voluntad crece con el ejercicio de
las virtudes; es decir, con la repetición de hábitos operativos buenos.
Conclusión
Finalmente, respondiendo
a la pregunta inicial se puede decir que si es posible educar la voluntad. Sin
embargo, no es una tarea fácil, implica determinación, firmeza en los propósitos,
solidez en las pequeñas metas, no desanimarse ante las dificultades, teniendo en cuenta que todo lo grande exige renuncia; todo esto
requiere una paciencia infinita del estudiante así como del educador, pues, la educación de la voluntad dura toda la vida. Por otro
lado, se debe considerar también, la personalidad propia de cada educando –no
todos responden al mismo ritmo-; por tanto, los cambios se van dando en función
de la persona a quien se educa. En la educación de la voluntad
también se hace necesaria la colaboración de los padres, especialmente en la
niñez y adolescencia, hasta que poco a poco cada uno adquiera la
responsabilidad de la auto-educación.
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